lunes, 23 de julio de 2012

El Secreto (III)

Lo quisiera o no, Saito sabía que algo estaba apunto de ocurrir. Algo oscuro se cernía contra la inestable tranquilidad que había reinado en aquellos días. Sabía que únicamente era un descanso para lo que estaba por venir. Su ser interno le decía que esto no era el final, si no el principio de algo. Algo de lo que prepararse y estar alerta.

Al cabo de unos minutos volvieron a parecer los enamorados. Portaba cada uno un tazón lleno de café. Al parecer Olga tenía un campin-gas en su casa y aprovechó para hacerle un café a su novio con una de las cafeteras antiguas. Era un derroche, pero todo era poco para celebrar que Oscar había vuelto. Saito había permanecido todo el tiempo pensativo. Oscar se sentó frente a él y lo sacó de sus pensamientos.

-Y digame señor Saito, Práctica usted algún tipo de arte marcial ¿Cómo se llama ese que usan espadas…Kendo?

-El Kendo sirve para competir hoy en día. Para mí solo existe un arte marcial.

-Pero existen muchas artes marciales diferentes. En el ejercito por ejemplo, nos enseñan Krav maga y conocco compañeros del trabajo que practicaban Vale-tudo, kick boxing y Muai thai. –Dijo Oscar algo confundido. Pensó que quizá Saito era algún tipo de fanático y que para él únicamente su arte marcial era el real y verdadero. Era la oportunidad para ponerlo entre las cuerdas y quedar bien delante de su novia. –No se puede estar cerrado a un solo estilo. Hay que complementarse. Cada estilo de combate tiene sus cosas buenas.

-Estoy de acuerdo con usted. Para mí solo existe un arte marcial, porque creo que los seres humanos solo pueden luchar de una manera. Existiría otro estilo si un humano tuviese tres brazos o tres piernas. Pero todos podemos golpear de la misma manera porque tenemos los mismos miembros. Usted mismo lo ha dicho. Sus compañeros “practicaban” Valetudo. Incorporaban los golpes que se enseñan en ese arte a su cuerpo. Pero su cuerpo no hace Valetudo. Su cuerpo golpea como le han enseñado. –Dijo Saito acompañando la frase de una sonrisa.

-Pero si a mi me enseñan a luchar al estilo del Valetudo y a usted al estilo del karate, lucharemos de maneras distintas ¿no? –Preguntó Oscar.

-Aunque ambos practiquemos Karate, lucharemos de distinta manera, pero ambos daremos golpes con nuestros brazos y piernas. Es nuestra mente y cuerpo, quienes hacen el estilo con el que luchamos.

-¿Y cual es el arte marcial que usted práctica? ¿Por qué usan espadas en una época tan moderna?

-La espada purifica el espíritu. Un arma de fuego no. –Sentenció tajante Saito.

-Pero si usted viene con un sable y yo le disparo desde un balcón no hay posibilidad de que se defienda. No creo que cerrarse a lo antiguo sea algo bueno. ¡Hay que estar abierto a todo, hombre! –Dijo Oscar con tono de compañerismo. Estaba satisfecho, la batalla había concluido y él era el vencedor. Saito asintió sonriendo. Parecía complacido.

-Estoy de acuerdo con usted. Me temo que mis pensamientos son un poco anticuados. Ya soy algo mayor. En cambio usted es todavía joven y fresco. No hay más que ver esos brazos, ¡Pobre de mí si le hago enfadar!  –Ambos echaron a reír. Incluso Olga que no entendía muy bien de que hablaban también rio. Oscar comprendió entonces que en la conversación el único que estaba librando un duelo era él mismo. La risa disipó de nuevo cualquier mal pensamiento de su mente. Se dio cuenta entonces de que realmente el duelo había sido siempre entre su inseguridad y él mismo.

-¡Cómo es este hombre! –Dijo Olga todavía riendo. Luego miró a Oscar con ternura. -¿Sabes, Oscar? Saito me dijo que vendrías. Mantuvo mi esperanza. Yo creía que Si no habías venido ya… quizá era porque te había ocurrido algo. –Bajó la mirada al suelo. -Con vosotros aquí me siento bien. Siento que no todo está perdido. Puede que no sea el fin del mundo a pesar de todo.

-Pues claro que no cariñet. –Oscar le agarró las manos con ternura. –Estamos juntos y no voy a dejar que te pase nada malo. No sé que nos deparará el futuro, pero saldremos adelante. –Miró a Saito y a su hijo que permanecía tendido en el suelo, tapado con una manta. –Los cuatro.

-¿Pero y que pasará después Oscar? ¿A dónde iremos, Cómo viviremos? –Preguntó Olga.

-Aquí estamos a salvo de momento. Quizá deberíamos levantar una barricada en la escalera para mayor seguridad. Pero hay un supermercado justo aquí abajo. Tenemos provisiones para años si las conseguimos subir suficientes y es más difícil sufrir un asalto en un lugar alto. –Dijo su novio totalmente convencido. -¿Qué opina usted, Señor Saito?

Saito hizo una pausa y adoptó un semblante pensativo sujetándose el mentón con la mano izquierda. Era un hombre dado a pensar en el presente y no en planificar el futuro. No había tenido tiempo de plantearse cual era su situación y la de su hijo.

-Es un lugar fácil de defender, pero difícil para escapar. Yo pensaba refugiarme en las montañas con Ikari. Pero ahora no sé que pensar. Si tenéis intención de quedaros aquí, debemos pensar tanto en la defensa como en la huida.

-No había pensado en la posibilidad de buscar otro lugar. La huida puede ser de muchas maneras. Si colocamos una cuerda en la galería podríamos acceder al piso de abajo o incluso a la terraza del primer piso del edificio y escapar por allí. –Dijo Oscar satisfecho.

-Para eso deberíamos tener aseguradas todos los pisos donde posiblemente nos refugiaríamos en caso de huida. Y deberíamos disponer del piso de abajo como posible segunda residencia, con suministros y herramientas para acceder al piso de arriba, porque una vez abandonásemos el último piso no podríamos volver a subir en caso de invasión. Eso conllevaría mucho trabajo y esfuerzo además de un riesgo, si tenemos que registrar cada casa. Estoy seguro de que la mayoría de ellas no están vacías. –Saito quedó en silencio, todavía meditabundo. Oscar lo miró y se dio cuenta de que sería una tarea difícil.

A Oscar le dio miedo el pensar en entrar casa por casa a registrarlas. La idea de encontrarse cara a cara con uno de aquellos “zumbados” le aterraba. Ya sabía que era lo que podían hacer y no quería acabar así sus días. La idea de dejar que Saito registrase solo el edificio entero, surcó su cabeza acudiendo a la llamada de miedo y evasión que pedían sus emociones. Casi como el que le dice a su madre “Ve tu mama, que a mi me da miedo”. Inmediatamente se quitó la idea de la cabeza y se culpó por ser tan cobarde. Sus miedos siempre habían estado ahí después de todo. El ejército no había hecho nada para superarlos. Únicamente lo habían evadido de la realidad de su forma de ser. Sin duda el fin del mundo era una ocasión perfecta para enfrentarse a sus miedos.

-Prepararé la comida. Seguro que pensamos mejor con el estomago lleno. Tenemos que coger fuerzas por lo que veo. Tenemos mucho que hacer. –Dijo Olga rompiendo el silencio.

-Espera, que te ayudo. No soporto estar sin hacer nada. –Dijo Oscar adentrándose en la cocina, sujetando a su novia por la cintura.

Saito volvió a quedarse solo. Estaba apunto de ponerse a pensar más detalladamente como debería de ser el operativo para tener un plan de huida, cuando de repente Ikari emitió un gemido.

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lunes, 16 de julio de 2012

El secreto (II)

-No sabe cuanto se lo agradezco señor Saíto. Me alegra pensar que mi novia estaba en buena compañía. –Dijo Oscar, tratando de hacer una reverencia con la cabeza. -Justo cuando agachó la cabeza, se fijó en la katana que guardaba en su regazo Saito y todo empezó a cobrar sentido en su cabeza. -No puede ser… ¡Es imposible!

-¿Qué es imposible cariño? –Preguntó desconcertada Olga.

-¿Es usted quien ha matado a todos esos… monstruos del parque, se defendió de ellos únicamente con ese sable? –Oscar no cabía de asombro. Se había imaginado que el autor de semejante barbarie, no podía ser sino un hombre enorme y sin escrúpulos, con algún que otro trastorno mental. Saito lo observaba con una mirada etrusca. Nunca había visto a alguien mirar con esos ojos que parecían una ventana hacia un océano de determinación infinita.

-¿Por qué le sorprende tanto? –Preguntó desinteresadamente.

-¿Qué por qué? En aquel parque había cuerpo partidos completamente por la mitad. Usted tiene una espalda ancha, pero se necesitaría tener un cuerpo y una fuerza descomunal para poder cortar de esa manera huesos y carne por igual. Cuando observé aquella matanza, imaginaba  que debería de haberlo hecho un hombre enorme. Pero no le veo a usted capaz de semejante barbarie.

-Y dígame señor Oscar… ¿Acaso usted no hubiese hecho lo mismo, si su novia estuviese en peligro, no hubiera adquirido un fuerza semejante con tal de salvarla? –La pregunta dejó fuera de juego a Oscar, quien solamente pudo asentir, embriagado de admiración y reconocimiento.

-Es usted mi héroe a partir de ahora. –Dijo, pero fue interrumpido por una sonrisa y una señal que desmerecía su cumplido.

-En realidad, no fui yo. Quien merece el merito ante tal salvajismo que usted aplaude, fue mi hijo. Yo apenas abatí a un tercio de aquellos cadáveres que usted vio en el parque.
 -¿Cómo? Amigo… Sois mis hereos a partir de ahora. ¡Es surrealista! –Volvió a decir, señalándolo con el dedo de la mano derecha. Saito entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos rendijas diminutas. Y Oscar palideció al pensar que lo había ofendido al señalarlo. –Perdóneme, siento si lo he…

-¿Qué le ha ocurrido a su dedo meñique? –Preguntó tajante, sin dejar a Oscar que acabase la frase. Éste se llevó la mano a su regazo y trató de esconderla. No supo que decir, pues se sintió profundamente observado. Cada reacción era observada por Saito y sentía como si lo enfocasen con una potente luz que dejaba ver todos sus defectos sin posibilidad de ocultarlo.

-Yo… Esto… Em… Tuve que cortármelo para atraer la atención de los monstruos y permitir que Olga y su padre escapasen. Supuse que la sangre los atraería ¡Y dio resultado! –Saito lo observó por un momento más y después afirmó con la cabeza en silencio. Había colado. Decirle a alguien que es capaz de defenderse con un sable, contra toda una jauría de “Zumbados”, que un niño le había pillado por sorpresa y le había arrancado el dedo de un solo mordisco, sería quedar en ridículo. No, él era un militar y también era valiente. Era un guerrero igual que el ¡o más! Pues había tenido que estar tres días aislado, con la única esperanza de reunirse con su novia.

-Es un alivio. –Dijo finalmente Saito.

-¿Un alivio, a qué se refiere? –Preguntó Oscar.

-El señor Saito tiene la teoría de que las personas que nos atacan están bajo un virus o poseídas por un demonio que trajeron las ratas. Y creo que tiene razón, pues ninguno de los aquí presentes fue mordido por las ratas y conservamos la cordura todavía. Es un alivio que tu herida se deba a un corte y no a una mordedura de alguno de esos caníbales retorcidos, porque si no, significaría que puedes estar contagiado con el mismo virus que los hace enloquecer. –Respondió Olga.

Oscar palideció de pronto. Fue un gesto imperceptible para Olga, pero Saito lo vio. Vio la mentira en sus ojos. Pero no podía hacer nada. Al fin y al cabo, si no se había contagiado ya, quizá significaba que el virus no era tan contagioso. Quizá el tipo de sangre influía en como se desarrollaba el virus, o quizá era una persona inmune a dicho virus. Pensó Saito.

-¿Qué estas tratando de decirme, que esas cosas son zombis y que si te muerden te conviertes en uno de ellos? –Dijo Oscar irónicamente, tratando de borrar de su cara, la palidez que esta había adoptado de repente ante tal noticia.

-No lo sé, cariño. No lo sé. ¿Sientes fiebre o malestar? No tengo ni idea de cuales pueden ser los síntomas. Si en estos tres días no has sentido nada, quizá es porque el virus no se puede contagiar entre personas.

-El único malestar que siento, es que me duele a rabiar. Tuve que cerrarme la herida con pólvora y no sé que es peor, el escozor de la quemadura, o el dolor que me produce el muñón que tengo por dedo.

-Trae aquí y déjame ver. ¿¡A quien se le ocurre cortarse un dedo!? Eres un cafre, Oscar. No tienes remedio. –Dijo Olga, como quien regaña a su niño pequeño. A Oscar le encantaba que le hablase así su novia. Era un tono de reprimenda tan cargado de dulzura y amor, que le hacía sentir como un niño desprotegido. Le ayudaba a evadirse de la cruda verdad que había descubierto. Estaba infectado. Él lo sabía, pero porque no había presentado síntomas hasta ahora, era algo totalmente desconocido para él. Se abandonó a los cuidados de Olga y no quiso pensar más en el tema.

-No le regañe señorita Olga. Lo que hizo su novio es digno de admiración. Una idea excelente. Además, fue muy inteligente de su parte, amputarse el dedo meñique. Ya nadie usa ese dedo para nada. -Oscar rio de buena gana. Ahora parecía que el asunto estaba totalmente suavizado y Saito lo había hecho quedar como un héroe delante de su novia.

-Hay que cambiar el vendaje de ese dedo enseguida o se te infectará. Vamos al baño, allí tenemos todo un arsenal de medicinas. –Dicho esto, los dos enamorados se adentraron en el oscuro pasillo de la casa. Por fin todo había acabado. A partir de ahora, pasara lo que pasara, estarían juntos y… posiblemente, morirían juntos. Eso era suficiente para ellos dos, pues no deseaban otra cosa desde que se conocieron. Al fin y al cabo no cambiaba nada. Nacer separados y morir juntos. Daba igual el como para ellos.

El silencio y la penumbra inundaron la sala de estar donde Saito permanecía sentado de rodillas en el suelo. Sumido en sus pensamientos, no quiso dejarse llevar por la sospecha. Su ser interno y él, se habían distanciado desde que Ikari fue abatido. Saito se culpaba por no haber podido impedirlo. Culpaba a su ser interno de no haberle avisado. ¿De qué le servía ahora que le avisara de algún peligro, cuando el mayor de todos, que era perder a su hijo, no había sido advertido?

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lunes, 9 de julio de 2012

El secreto (I)

-Pensaba que nunca volvería a verte. ¿Donde has estado estos tres días? –Preguntó como quien recrimina a su marido por volver de fiesta borracho.

Oscar contó su historia con pelos y señales. Añadía también la parte en que mataba a un puñado de críos a sangre fría para sobrevivir, pues había decidido no ocultarle nunca nada más a su novia. Se sentía tan feliz, tan eufórico. Era una sensación que no podía describir. La sensación de llegar al hogar, el dulce hogar. Oscar sabía que su hogar, estaría allí donde estuviese Olga.

Pero el motivo por el cual, aquel hombre asiático se encontraba junto a Olga, todavía estaba sin resolver. Aquel hombre lo observaba y algo en su mirada le inspiraba un profundo respeto, pero Oscar no sabía explicar muy bien cual era el motivo. Escuchó toda la historia de Oscar en silencio, solemne. Sin preguntar nada, sin juzgarlo. Olga, para descanso de su novio, tampoco lo había juzgado cuando le contó que había matado a niños. Al contrario, se alegró de que no se dejase llevar por ningún código ético y sobreviviese al precio que fuese para volver a encontrarse con el.

-¿Dónde está Pepe? –Preguntó Oscar entonces, cuando hubo terminado de exponer su historia.

Un silencio incomodo se adueñó del lugar y no hicieron falta las palabras. Abrazó a su novia y esta rompió a llorar.

-Me ha dejado Oscar, mi padre se ha ido para siempre. Ellos se lo llevaron. –Dijo sollozando. –Esos malditos cerdos lo mataron sin piedad. -No pudo seguir hablando. Las imágenes se abotargaban en su mente, atormentándola.

-¿Qué pasó cuando nos separamos? –Preguntó su novio.

-Llegamos a casa sin que nadie nos persiguiese. Pero justo cuando llegamos al sexto piso… -Hizo una pausa para recobrar fuerzas. –Yo iba primero y no me dí cuenta. Solo escuché una puerta que se abría tras de mi, mientras subía las escaleras. Cuando me giré mi padre ya no estaba. La puerta estaba entre abierta pero no se veía nada. –Comenzó a sollozar. -Todo estaba oscuro. Lo único que escuché fue como si alguien manipulase una substancia viscosa. Después un grito de algo que no era humano. Me asusté y tuve miedo. –Volvió a romper a llorar desconsoladamente. Oscar la abrazó para consolarla, pero no había consuelo para Olga. Completamente deshecha en lágrimas gritó. – ¡Lo abandoné, Oscar! ¡Le dejé solo mientras se lo comían! Solo pude correr para refugiarme en casa antes de que me comieran a mí también. ¡Lo abandoné cuando más me necesitaba mi padre!

No pudo seguir hablando. Su estado de nervios era ya demasiado grande y Oscar no quería presionarla para que siguiera rememorando aquella pesadilla.

-Eh… No debes sentirte culpable cariño. Tu padre no hubiese querido que te pasara nada malo. Él se sacrificó por ti. Tú no hiciste nada malo. Hiciste lo que debías hacer. –Dijo, tratando de consolarla. Pero Olga no paraba de negar una y otra vez con la cabeza, empapada en lágrimas.

Oscar sufría al saber todo lo que había tenido que pasar su novia. Sufría por su suegro Pepe, al que había tenido mucho cariño. Sufría porque hace unos días no sabía que sería la última vez que se verían las caras. Ahora Pepe ya no estaba. Era estremecedor pensar en eso. El mundo estaba loco. Un día estas como siempre y al día siguiente desapareces. Pensó.

Pero la historia todavía le cuadraba menos cuando pensaba qué narices pintaba un chino en todo este asunto. ¿Cómo había llegado hasta la casa de su novia? Entonces vio que aquel hombre, estaba sentado justo al lado de un bulto en el suelo. Era una persona y parecía profundamente dormida. Oscar agudizó la vista y vio que sus rasgos también eran asiáticos y parecía más joven que el hombre que custodiaba su descanso. No pudo soportar la duda. Sabía que no era el momento y que Olga necesitaba consuelo y no más preguntas y recuerdos. Pero quizá cambiar de tema le ayudaría algo.

-Perdona que te lo pregunte así. Ya sé que no es el momento pero… ¿Quiénes son esos dos? ¿Por qué está durmiendo ese joven? ¿Está enfermo? ¿No será uno de “ellos”, verdad? –Las preguntas fueron casi escupidas. Sin pensar. La duda era demasiado grande y demasiado incoherente. Dos chinos en la casa de su novia. Peor aun, su novia atrapada en su casa con dos chinos.

Las sospechas o dudas fueron disueltas por la risa de Olga. Su novio se sintió profundamente orgulloso de ella. Estaba claro que Olga no dejaría de luchar contra sus emociones. Luchaba contra ella misma, contra el dolor, contra el miedo al cambio que la atenazaba por dentro. Su risa era un pequeño triunfo. Su figura difuminada por la oscura habitación, con el semblante envuelto en lágrimas y tratando de reír y sobre ponerse, hicieron que el amor hacia Olga, se desbordase dentro del pecho de Oscar.

-Ellos son nuestros vecinos de al lado. La culpa es mía por no presentaros. –Volvió a reír mientras se secaba las lágrimas, haciendo acopio de fuerzas por sobreponerse y no preocupar a su novio. –Anda que no eres bruto ni nada. Preguntarlo así tan bruscamente. Él es Saito y el que está tumbado… -Olga volvió a cambiar de humor. –Es su hijo… -Dijo con la voz entrecortada, apunto de vencer la batalla contra el llanto.
Oscar, que no acababa de entender por qué a Olga le cambiaba tan rápidamente el humor, se levantó y fue a estrecharle la mano a Saito. Este con un gesto solemne y esbozando lo que parecía una sonrisa, le estrechó la mano a la vez que agachaba la cabeza repetidas veces como reverencia.

-Perdón por mi falta de tacto. No sabía que pensar… je… je… -Dijo Oscar tratando de disculparse y evocar un “buen rollito”. Saito simplemente le sonrió y volvió a inclinar la cabeza. –Mucho gusto Saíto. Gracias por cuidar de mi novia. No sé como agradecérselo.
           
-No hay nada que agradecer. Soy yo el que está en deuda con ustedes. De no ser por su novia, ahora mi hijo estaría muerto. –Dijo este con una mascara de sonrisa por careta, mientras en la habitación solo se escuchaban los sollozos de Olga.

-¿Cómo? ¿Qué pasó Olga? Hay algo que no me has contado. ¿Qué le pasa a su hijo?

Olga parecía sobreponerse del llanto. Se notaba que intentaba sacar fuerzas por ser fuerte. Por no llorar como una cría por todo lo que le estaba pasando. El recuerdo de aquel día era casi tan doloroso como el recuerdo del día anterior, donde abandonó a su padre.
-Yo no le salvé la vida… Estuve… Estuve a punto de matarlo. Pensaba que era uno de ellos. Todavía recuerdo como saltaban desde los balcones para atraparnos en nuestra huida con el coche. Tu mismo los viste Oscar. –Dijo mirando a su novio, tratando de encontrar aprobación en su mirada.- Después de perder a mi padre, perdí toda noción de tiempo. Me encontraba sola completamente. Con un rifle que mi padre me había dado en el coche antes de subir a casa. No sabía si el edificio estaba lleno de aquellos seres o si vendrían a por mí. Dormía y lloraba. Lloraba y dormía. Entonces apareció ese pobre chico en mi balcón y me dije “ya están aquí. “ Cuando quise darme cuenta, ya había disparado casi sin mirar. Entonces oí una voz humana. La de este señor. –Dijo señalando a Saito. –“No disparéis, no estamos infectados” decía una y otra vez. Yo no entendía muy bien que significaba, pero enseguida me di cuenta de que eran personas. Que no estaba sola al fin y al cabo. –Su rostro pareció relajarse y desvió su mirada hacia la persona que yacía tumbada en la habitación. -Y hasta entonces no he podido hacer otra cosa que tratar de salvarle la vida a este muchacho. Y dar las gracias por tener compañía, aunque ojalá hubiese sido en otras circunstancias.

-¿Pero es grave? –Preguntó Oscar, cuando terminó de escuchar todo lo que su novia le decía.

-Por suerte, solo le alcancé en un hombro. Ni siquiera tiene el hueso roto. Es milagroso. La bala entró y salió limpiamente. Pero ha perdido mucha sangre y todavía sigue inconsciente. No tenemos goteros, ni forma alguna para darle de comer y que se recupere. Solo podemos esperar que se despierte pronto y pueda ingerir algún alimento. De lo contrario significará que a caído en coma y sin las herramientas necesarias, poco podemos hacer por él. –Sus ojos volvieron a humedecerse. Pero hizo una mueca extraña y consiguió tragarse la pena. –Ojala se recupere pronto. No me lo perdonaría si al final muere por mi culpa.

-Fue un accidente totalmente comprensible. Usted estaba sola y asustada. Lo ha cuidado lo mejor que ha podido, señorita Olga. Eso es suficiente. No puede hacer más por muy triste que usted se ponga. –Dijo Saito mirando a su hijo. –Es fuerte. Lo sé. Siempre lo ha sido. Se recuperará pronto, ya lo verá.

Las palabras de Saito eran un bálsamo para Olga, quien había desarrollado un profundo respeto por éste.

-Eso espero, señor Saito… Eso espero. ¡Y deje de llamarme “señorita”! ¿Cuántas veces se lo tengo que repetir? Puede llamarme Olga a secas. –Saito asintió con la cabeza con una sonrisa.

-Lo que usted diga, señorita Olga. A. Secas. –Dijo Saito con una reverencia. Para ser asiático, no parecía tener apenas acento extranjero. Su español era perfecto y su pronunciación, exquisita.

Olga se echó a reír y Oscar también. Aquel hombre no parecía albergar maldad alguna y se sintió tranquilo de que alguien así, tan respetable, encontrase a Olga y se quedase a su lado como compañía. “Lástima que se hayan conocido de esta forma”- Se dijo a si mismo.

-Todos los días me dice lo mismo y yo siempre me hecho a reír como una estúpida. El señor Saito ha sido muy amable conmigo. –Le dijo a su novio. –Y además es muy valiente. Se atrevió a bajar solo hasta la carpa de salvamente que hay justo aquí abajo, para coger medicamentos para su hijo. Y además me trajo un bote de ansiolíticos, ¡Imagínate como me vio de nerviosa! –Se echó a reir de nuevo. El ambiente parecía volverse agradable y ameno cuando Saito había intervenido en la conversación. Todas las penas se disiparon. Cuando aquel hombre abrió la boca, las penas y los sufrimientos, parecían carecer de valor.

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lunes, 2 de julio de 2012

Encuentro (III)

*                     *                      *




El monstruo entró vociferando y se quedó quieto en el alfeizar de la puerta y comenzó a caminar despacio, casi saboreando a su presa. Robert sabía que solo tendría una oportunidad de salir con vida. Tenía que matarlo. Vivir o morir. No había armonía alguna, ni pensamientos pacifistas. El aikido que tanto amaba, podía esperarlo fuera del restaurante con sus misticismos incomprensibles, mientras ahí dentro se jugaba la vida realmente. ¿Qué técnica usaría? ¿Ikkio, kote gaeshi o ushiro kiri otoshi? Estaba claro. Dejaría que se acercase hasta poder asestarle un golpe mortal con el cuchillo.

En esto estaba pensando Robert, cuando de pronto el monstruo arrancó a correr con un grito de triunfo para abalanzarse sobre él. Robert mantuvo la sangre fría y espero hasta que éste lo cogió por la cabeza y trató de morderle en la cara. En ese preciso instante de vida o muerte, le atravesó la cabeza con el cuchillo, desde la mandíbula hasta la parte superior del cráneo. La sangre le salpicó en la cara y en los ojos. Pero percibió como el monstruo cesaba su movimiento en seco.

Casi instintivamente, como quien aparta la mano del fuego cuando éste le quema, lo tiró al suelo y escupió la sangre que se había introducido en su boca. Estaba jadeando como un animal rabioso y una repentina arcada, echó por tierra todo lo que había ingerido en aquel pequeño oasis de tiempo sin nadie amenazándole. Sintió pena por aquella comida, que tanto placer le había causado a su paladar y que ahora lo desperdiciaba tirándolo al suelo, en un acto totalmente instintivo e involuntario.

Lo había logrado. No sabía como, pero lo había logrado. Había sobrevivido. Su cuerpo se debatía entre terribles convulsiones arrojando la hamburguesa y las patatas que había comido, pero una sensación de triunfo le embargaba por dentro. Las piernas le flaquearon y cayó de morros al suelo, rebozándose con la mezcla de sangre y bilis que cubría el piso. No paraba de jadear y la adrenalina le martilleaba el cerebro. No le importaba estar revolcado en aquella substancia tan repulsiva. Necesitaba aire para poder reponerse de lo que había hecho. Apoyó sus manos en el suelo y se quedó sentado con el culo en el suelo, mirando aquel hombre que yacía a pocos metros de él, totalmente muerto. De su herida mortal en la cabeza, apenas brotaba sangre y ésta era de un color oscuro repugnante. Se preguntó si lo que había hecho sería un asesinato, a pesar de que era en defensa propia. ¿Y si lo hubiese reducido e inmovilizado en lugar de matarlo sin preguntar? ¿Habría entonces recapacitado su agresor, una vez controlado en el suelo, de su inútil empresa? Recordó entonces a Juan, totalmente decapitado. En solo un día le habían pasado tantas cosas que ni siquiera había tenido tiempo de llorar por él y por la horrible muerte que había sufrido. El llanto lo abrazó entonces y algo dentro de él comenzó a endurecerse, como el acero al templarse en el agua helada.

Estaba solo y tenía que sobrevivir. Todo dependía de él. Únicamente de él. No podía quedarse anclado en los absurdos códigos de Ética y Moral que hasta ahora habían regido su vida. Ya no le servían de nada. El mundo había cambiado radical mente y debía plantearse otro modo de vida, otra forma de pensar. Tenía que adaptarse a su nueva vida, en su nuevo mundo.

Cuando por fin se sobre puso del shock, desincrustó el enorme cuchillo del cadáver y salió al comedor del restaurante. Buscó los aseos, con la esperanza de que todavía quedase agua en los depósitos, para poder lavarse. Entró en el pequeño recinto y abrió el grifo, con la mala fortuna de que el agua no emanaba de allí. Robert sintió más todavía la necesidad imperiosa de quitarse toda aquella porquería, que estaba adherida a su cuerpo. Corrió entonces hasta los grifos de refrescos y metió la cabeza en el grifo de la cerveza. El alcohol desinfectaría un poco los gérmenes de aquella porquería y la espuma arrastraría la suciedad. El liquidó emanó abundantemente y Robert pudo enjuagarse la cara y el pelo en aquel liquido que le abrasaba los ojos, pero que con su frescura y olor, eliminaba la repugnancia de su cuerpo. Se quitó la camiseta y los pantalones y se frotó fuertemente y con infinito asco. El sonido del líquido derramándose por el suelo, lo tranquilizaba e inquietaba de manera equilibrada, pues solo se escuchaba dicho sonido, acompañado de los gemidos que de su boca brotaban, por puro asco y escozor de ojos.






*                     *                      *





Oscar recorrió el trecho que lo separaba de su amor al trote. No le importaba ser escuchado, pues la distancia que lo separaba de lo que seguramente sería su nuevo hogar, era ya insignificante. El ansia y los nervios por no encontrarse nuevamente con más de aquellos locos caníbales, le atenazaban por dentro. Todavía conservaba la dantesca imagen de aquel parque repleto de cuerpos descomponiéndose al sol. El hedor parecía haberse incrustado en sus fosas nasales, acompañándole por todo el recorrido. Realmente tenía miedo de encontrarse con una nueva jauría de más de treinta o cuarenta caníbales. Estaba tan cerca de su destino que quizá no tendría fuerzas para volver a esconderse en algún frío lugar y volver a pasar allí otra noche. Y eso contando que pudiese escapar de nuevo y volver a refugiarse en algún lugar seguro.

Por el camino, volvió a encontrarse con algún que otro cuerpo mutilado yaciendo en el suelo. Y por las pisadas y las machas de sangre que llegaban hasta el mismo patio del edificio donde debía reunirse con Olga, tuvo un mal presentimiento y dudó de si realmente, padre e hija habrían conseguido llegar sanos y salvos. Miró alrededor, nervioso, y vio con algo de satisfacción, como el todo-terreno que usaron para escapar de la armería estaba torpemente aparcado justo enfrente del patio nº 28 de aquella misma calle.

La puerta estaba cerrada y Oscar tuvo que usar nuevamente un disparo de su rifle para poder abrirla. Cuando abrió la puerta, comprobó como el eco de aquel disparo, retumbaba por todo el interior del edificio. Una maniobra temeraria sin duda. Pensó para si mismo. Pero no le importaba si era imprudente o no, pues ya solo siete pisos lo separaban de su meta. Su ansiada meta.

Se decidió a entrar en el oscuro portal y se dispuso a subir por las escaleras hasta el séptimo piso, lo más rápido que pudiese. Pero bien pensado, no era buena idea ir haciendo ruido, pues quizá había algún que otro de esos monstruos en el interior del edificio. Emprendió su marcha en ascensión con cautela. A medida que ascendía piso a piso, se encontraba con que le suelo estaba sucio y pegajoso. Pensó que por aquí habría pasado también aquel enorme y descomunal hombre, que mataba a esas cosas con un arma blanca. ¿Qué clase de persona era, un asesino en serie? ¿Un vikingo, algún friki portando una espada láser de verdad? ¿Seguiría todavía en el edificio, sería peligroso para Olga? ¿se habrán encontrado Olga y el supuesto Luke Skywalker?

Cuando por fin llegó al séptimo piso, se quedó petrificado a mitad de la escalera entre el sexto y el séptimo piso. Había más muertos en aquel lugar. Al menos unos diez cuerpos, alcanzó a contar, y nuevamente presentaban los mismos signos de muerte por arma blanca que los que había encontrado en el parque. Buscó entre aquellos cuerpos, con el fin de cerciorarse de que ninguno de ellos era el de su amada novia. Cuando terminó de comprobar que ninguno de los cuerpos era el de su novia, la euforia estalló dentro de él y aporreó la puerta del numero veintiocho.

-¡Olga cariño, ya estoy en casa, ábreme por favor! –Dijo casi con llanto en los ojos. Después de dos días infernales, por fin vería de nuevo a su amada. No había nada que le diese más miedo que perder a sus seres queridos y cuando pensaba que el “Día Zero” la había encontrado sana y salva entre todo aquel caos y que nuevamente la había vuelto a perder, un nudo se hacía en su corazón. –Ya todo ha terminado. Estoy aquí, por fin. –Se dijo a si mismo.

Desde lejos se escuchó como le daban la vuelta a la cerradura y la puerta se abrió con un gran chirrido. Desde la oscuridad del interior de la casa, un hombre asiático de cabellos negros mostraba una mirada impasible. Por un momento, pensó que se había equivocado de puerta o que su novia se abría refugiado en otro piso del mismo edificio. Un mar de dudas y teorías absurdas surcaron su mente a la velocidad de la luz, pero aquel hombre las cortó de raíz cuando abrió la boca.

-Deja de gritar y entra. Tu novia te está esperando. –Dijo aquel hombre en perfecto español. Oscar no se preguntó que hacía un hombre en la casa de su novia. Al fin y al cabo sería un superviviente y seguramente tendría que darle las gracias más adelante por cuidar de su novia.

Pero todos esos pensamientos quedaron atrás cuando atravesó el alfeizar y vio esos ojos azul cielo, que tanto amaba.






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Cuando aquella peculiar duchar concluyó, salió al exterior del centro comercial semidesnudo. Únicamente había conservado su ropa interior por un absurdo pudor que de poco le servía a estas alturas. Portaba el cuchillo en su mano derecha y se sentía seguro de si mismo. Algo en él había cambiado en tan solo unos minutos y se dio cuenta entonces de cuanto había sufrido. Más importante aún, se dijo, era que su sufrimiento lo había hecho más fuerte y resuelto ante la nueva realidad que se abría ante su espíritu. El frio lo atenazaba, pues estaba empapado en cerveza, sueño de algún que otro alcohólico, que no era su caso. Decidió entonces adentrarse en la jungla de la incertidumbre que le proponía el interior del centro comercial, con la esperanza de encontrar ropa nueva que no oliese a podrido y sangre. El silencio era todavía más agobiante allí dentro. Pero Robert ya no sentía miedo. Había sobrevivido solo y lo seguiría haciendo. Su antiguo yo, había quedado dentro del restaurante, en aquella sucia ropa de médico que ya no le serviría nunca más.

Avanzó con paso firme hasta llegar a las escaleras mecánicas. Subió a la parte de arriba y encontró una tienda de ropa de las mejores marcas. Comprobó con agrado que disponía de una persiana con rejas, que aunque fuese electrónica, más tarde se encargaría de bajar para convertir la tienda de ropa, en una fortaleza improvisada. De nuevo la ilusión le invadió. Siempre había soñado con poder entrar en un centro comercial desierto y hacer todo lo que quisiera sin pagar un centavo y el morbo que se le añadía al hecho de ir casi desnudo sin que nadie le mirase como a un loco, le daba todavía más placer y sensación de libertad.

Entró en la tienda y se tomó su tiempo en encontrar la ropa que más le gustaba  para vestirse. Después registró con sumo cuidado cada rincón del establecimiento para cerciorarse de que estaba solo. Cerró la persiana y transportó toda la ropa que pudo hasta los probadores que daban al fondo del local, con la intención de fabricar una mullida cama entre tanta ropa.

El agotamiento no tardó en hacer mella en él y no le costó cubrirse de ropa todo el cuerpo y quedarse dormido casi en el acto. Quedando oculto por una montaña de ropa que ya nadie vendría a comprar con dinero.

-Cuando me despierte, buscaré provisiones para subirlas aquí. –Esos fueron sus últimos pensamientos antes de caer en la inconsciencia.


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