lunes, 25 de junio de 2012

Encuentro (II)

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Quizá los niños estaban dentro de la guardaría esperándolo, acechándolo. Pensó para sus adentros. Pero no se dejaría llevar por el pánico y salió inmediatamente de la casa. El espacio abierto de lo que parecía ser el recreo era más seguro que estar encerrado en la casa. Miró a derecha e izquierda, pero no vio nada. Ni siquiera el cuerpo del niño que había matado de un disparo, tres días atrás. Solo quedaba un rastro de sangre, pero alguien o algo, había retirado el cuerpo. Su piel empezaba a transpirar mientras avanzaba cautelosamente hasta la verja.

Un murmullo a su espalda le sobresaltó y apuntó nerviosamente con el rifle. Había un niño sentado en un tobogán de colores que lo observaba casi fascinado. Sus ojos estaban inyectados en sangre, haciendo que sus pupilas pareciesen rojas. La mirada de aquel niño parecía hipnotizarlo y ambos se observaron durante unos segundos, antes de que Oscar sintiera una presencia tras de él.

 Allí había más de veinte infantes observándolo con mirada felina, acercándose despacio, casi con adoración. Sus quejidos eran extraños y Oscar no quiso comprobar de nuevo, hasta donde llegaba la crueldad de aquellas criaturas. Abrió fuego contra el grupo de niños, destrozando el silencio hipnótico que allí reinaba. Unos cuantos trataron de abalanzarse sobre él, gritando de manera estridente, pero Oscar parecía tener pegado el dedo al gatillo. La fuerza de retroceso le estaba destrozando el hombro pero no le importaba, pues estaba resuelto a acabar con todos si hacía falta para salir de allí. El niño que quedaba a su espalda, lo embistió por detrás, pillándolo totalmente desprevenido. 

Estuvo a punto de caer en unos instantes que parecían dilatarse en su mente. Si caía al suelo estaba perdido. Sería devorado por unos mocosos endiablados. Por suerte y tras unos cuantos traspiés, logró ponerse en pie y correr en dirección a la brecha que había abierto en al formación de los niños, aprovechando el impulso de la embestida. Consiguió que no lo atrapasen, rodeó la casa en un Sprint desesperado y subió como un gato la verja, viendo como los niños ya estaban justo debajo de él, saltando y alzando sus pequeñas manos al cielo para atraparlo. Saltó a la otra parte y observó con cierto descanso como los niños quedaban encerrados en el recreo de la guardería, dejando de representar una amenaza para él.

El corazón latía con fuerza dentro de su pecho, pero una sensación de triunfo le inundó por completo. Había conseguido salir de su prisión y solamente una gran avenida lo separaba de su amada Olga y de su hogar. Oteó el horizonte, comprobando gratamente que el grupo de monstruos que se agrupaban en el parque hace tres días, se había disuelto hasta dejar vacío por completo el lugar.


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Robert se dio un banquete digno de reyes que incluso le hizo tener nauseas. Comió tan deprisa que su estomago se quejaba al mismo tiempo que lo agradecía. Los minutos pasaron agradablemente sin que nadie lo molestase. Por fin tenía un momento de paz entre tanto caos. Subió los dos pies encima de la mesa donde había comido y se llevó las manos al estómago. Solo le faltaba despertarse de este mal sueño en su cama y volver al trabajo con una anécdota y un sueño extrañísimo que contar a sus compañeros.

Pero todo era real. El aire que respiraba, el hedor impregnado a su piel y su ropa, las agujetas, que con una buena comida entre pecho y espalda no eran tan insoportables y sobre todo aquel hombre con la cara manchada de sangre y el rostro desencajado que lo miraba a través del cristal que daba al exterior del establecimiento.

Robert rompió a sudar en cuanto se dio cuenta de su terrible realidad. Él había comido y ahora aquel ser monstruoso también deseaba hacerlo. El miedo y la soledad con la que se enfrentaba a aquella situación hicieron que se callera de la silla en donde estaba recostado.

Corrió hasta a la cocina y busco algún instrumento para defenderse, mientras escuchaba como el cristal de la puerta se rompía en mil pedazos, dándole a entender que el comensal ya estaba dentro del restaurante. Los gritos eran agónicos y hacían que el corazón de Robert dejase de latir por momentos. Por fin encontró un cuchillo enorme y volvió a quedarse arrinconado como días atrás en una de las esquinas de la cocina más apartadas de la puerta. Los minutos se hicieron eternos y acompasados por su respiración entrecortada, esperando a que aquel monstruo hiciese su entrada triunfal en la cocina.



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Oscar avanzaba ahora más seguro de si mismo, hacia el parque donde días atrás había estado abarrotado de “Zumbados”. Las calles estaban sucias y llenas de hojas caídas, bolsas de basura y un montón de basura esparcida por el suelo. Se dio cuenta entonces de la gran importancia que tienen los barrenderos  la gente que trabaja por mantener limpias las calles, pues por absurda que pareciese su labor, era mucho más importante de lo que hasta ahora se había planteado en su vida. Su visión sobre el mundo y la humanidad, había cambiado ahora que se había visto tan solo y se daba perfecta cuenta de que cualquier trabajo por insignificante que pareciese, tenía un peso fundamental en la sociedad.

El ansia por encontrar a su novia, lo sacó de aquella nube filosófica que por un instante se había posado sobre su mente. Había llegado a la altura del parque y no pudo reprimir un instinto por salir corriendo y llegar hasta la casa de Pepe para encontrarse por fin con su novia. Ese mismo año, habían estado pensando en la posibilidad de vivir juntos. Oscar tenía ya treinta y cinco años y un empleo fijo. Olga también tenía un buen salaría trabajando de dependiente en la tienda de su padre. Habían estado mirando pisos juntos, soñando donde les gustaría vivir. Oscar le había propuesto incluso irse a vivir a otra ciudad. No le gustaba valencia, pues él se había criado en el norte de España con su familia. Al alistarse en el ejército, lo destinaron a Valencia. Al principio el tubo la esperanza de pedir un traslado cuanto antes, para volver a  su lugar de origen, pero cuando conoció a Olga todo cambió para él.

Sus pensamientos y recuerdos, se rompieron de golpe al pasar por el parque. Sintió escalofríos ante el espeluznante espectáculo que allí se desarrollaba ante su mirada perpleja, pues una infinidad de cuerpos mutilados cubrían todo el lugar. El olor a descomposición era insoportable y las moscas rompían el silencio sepulcral que al parecer se había instalado para siempre en la ciudad. Algunos de los cuerpos todavía seguían con vida a pesar de tener las extremidades totalmente cercenadas. Sus bocas hambrientas temblaban de placer e impotencia al ver a Oscar tan cerca, y a la vez tan lejos. Era un cuadro espeluznantemente horrible. Por lo menos debía de haber más de cincuenta cuerpos. La mayoría de ellos estaban decapitados, amontonados unos encima de otros. Una sangre oscura cubría una gran parte de la arena del parque. Y Oscar pudo ver como algunos cuerpos, tenían seccionados el tronco entero limpiamente.

 ¿Quién coño había tenido los cojones de enfrentarse a tantos de aquellos “Zumbados” con un arma blanca y salir ileso? ¿Qué clase de hombre tenía la suficiente fuerza como para partir a una persona completamente por la mitad como si cortara mantequilla?

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