lunes, 11 de junio de 2012

Disolución (III)

-Si hay alguien, por favor, responda. No queremos hacerle daño. Acérquese despacio y díganos su nombre y edad. –Dijo al vacío, pero nadie contestó.

>>Poco a poco la vista de Oscar se acostumbró a la semioscuridad que ofrecían las luces de emergencia. Un sonido casi imperceptible rasgó el pavoroso silencio. Oscar lanzó un disparo que le hizo ensordecer por la reverberación del lugar.

-Repito. Si hay alguien ahí, acérquese despacio mientras confirma su nombre y edad o abriremos fuego.

>>Y otra vez volvió a escuchar Oscar ese ruido. Eran golpes sordos y no se podían oír bien porque provenían de algún coche de la zona alejada del aparcamiento. El lugar era francamente grande. Todo estaba inundado de coches donde cualquier alimaña podía esconderse. El sudor empezó a correr por la frente de Oscar, quien nunca se había enfrentado a algo semejante. Encendió la luz del garaje y volvió a esperar escuchando el silencio.

>>Se acercó a la primera fila de coches y los inspeccionó por cada esquina, mirando también en el interior de los vehículos. Y entonces escuchó un grito que lo dejó sordo al retumbar por las paredes del recinto. Supo entonces, que no estaba solo en aquel lugar. Se armó de aplomo y decidió no romper la rutina de reconocimiento. Seguiría registrando fila por fila y coche por coche.

>>Oscar no sabría cuanto tiempo pasó en aquel lugar. A veces escuchaba gritos, otras veces gemidos. Pero nunca pasos. Solo gritos. Como graznidos de un cuervo. Ya solo le quedaban cuatro filas de coches por registrar.

>>En ningún momento bajó la guardia, hasta que llegó a la segunda fila de coches y observó un todo terreno enorme. Allí dentro había un portabebés que parecía moverse solo. Oscar, intrigado, comprobó si la puerta del coche estaba abierta. Un chasquido le confirmo que efectivamente aquel coche estaba abierto. Miró entonces el portabebés y se encontró a un bebe que pataleaba y gemía como no había visto nunca patalear a un bebé. Se movía de forma casi violenta y no tendría más de un año. Oscar le miró a los ojos y vio que sus pupilas se movían frenéticamente. No tenía buena pinta aquel niño. No parecía normal. Quizá todo aquello le había afectado más de lo que creía y veía monstruos donde no los había. ¿Qué mal podía hacerle un bebe atado a un dispositivo de sujeción?

>>Vio que el niño, tenía una pequeña herida en el brazo. Ya había visto esas heridas antes. Eran las mordeduras de las ratas del ataque de hacía una semana. No pudo seguir pensado, pues unas manos fuertes lo asieron de los tobillos y lo arrastraron hasta el fondo del vehículo con un rugido inhumano. Oscar cayó de espaldas al suelo y perdió su arma en la caída. Miró hacia sus pies y vio a dos alimañas que trataban de meterlo bajo del coche para comérselo. Uno de ellos estaba mordiendo frenéticamente la punta de su bota derecha. Por suerte, estas tenían la puntera de acero y Oscar tubo tiempo de sacar la pistola y disparar a los dos en la cabeza.

>>Con la adrenalina y el corazón casi en la mano, se levantó y volvió a mirar al niño. Esta vez con ojos distintos. Todavía no le habían crecido los dientes a la criatura y por eso Oscar acercó un dedo, para ver que ocurría. El niño agarró con una fuerza inusitada su mano y lo mordió con las encías mientras meneaba la cabeza de lada a lado como su fuese un perro rabioso. A Oscar no le hacían falta más argumentos. Era algo duro pero su cerebro híper-estimulado le dio el valor suficiente. ¿Qué futuro le esperaba a una criatura así en este mundo? Lo mejor era aliviar su sufrimiento. El disparó dio de lleno en la pequeña cabecita y el bebé dejó de moverse. La imagen fue horrible para Oscar que nunca estuvo preparado para ver, ni hacer algo semejante. Pero era lo que la razón, o al menos la poca que le quedaba, le guiaba a hacer.

>>Terminó de registrar cada rincón del garaje y los bajos de los coches más rápidamente y subió a la armería.

-Todo despejado. –Dijo meditabundo.

-He oído disparos, ¿Qué ha pasado? –Preguntó Olga abrazándole de nuevo.

-No quiero hablar de ello. De momento debemos actuar. –Dijo quitándose de la cabeza la imagen de aquel bebe con la cabeza abierta por un disparo. –Hay varios todo terrenos que nos servirán bien. Uno de ellos tiene las llaves puestas y todo. Tenemos que llevar todas las armas y la munición que podamos y salir de aquí cagando leches.

-¿A dónde iremos? –Preguntó Pepe. –¿Todavía tenemos tiempo de ir al cuartel general? Allí estaríamos a salvo.

-Y que crees que pensarán cuando os vean a vosotros. Sabrán que he desertado y que he desobedecido una orden directa. Creo que tu casa es la mejor opción. Está muy cerca de aquí y es un séptimo piso. Puede servirnos de fortificación con el tiempo.

-Puede que tengas razón. Más vale malo conocido, que bueno por conocer. –Dijo Pepe llevándose una mano al mentón.

-En marcha entonces. Olga, tu ayuda a Pepe con las cajas y yo iré a traer el coche hasta la puerta.

>>Oscar se aseguró de sacar al bebé del coche antes de llevarlo a la puerta para que Olga no viese lo que había hecho. Se avergonzaba de haber matado aquel bebe, porque simplemente podría haberlo dejado ahí para que muriese de hambre. Aunque una parte de Oscar, pensaba que había hecho lo correcto, la otra no sabía como reaccionaría Olga al saberlo. De modo que se lo ocultó.

>>Al cabo de una hora, el todo terreno estaba hasta arriba de pistolas, rifles, ametralladoras, bengalas, arcos, flechas, cajas con munición de todos los calibres y todo lo que pudiese ser de provecho. Los tres estaban agotados, pero la esperanza de salir de allí y el instinto por sobrevivir, tiraba de ellos con mucha fuerza.

>>Rompieron la puerta con una granada de mano, que abrió un agujero descomunal en la puerta y salieron de allí con el todoterreno atropellando a más de un loco que se interpuso en su camino. Cuando llegaron a una gran avenida que era la que conectaría directamente con la calle donde vivía Pepe, una masa inmensa de personas se agrupaba al final de esta. Oscar trató de dispararles pero era inútil. Parecía una manifestación enorme.

-Son demasiados, no podremos atravesarlos con el coche. Tenemos que coger otra ruta. Dijo Oscar desde la ventanilla del copiloto.

>>Y así lo hicieron. Pero al girar la esquina, otro grupo los abordó literalmente. Una jauría de personas empezó a saltar desde los balcones de los edificios y otros que se amontonaban en la acera, saltaban para ser atropellados por el todo terreno. Era un espectáculo terrible. No cabía en cabeza alguna lo que veían. Ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar ni acelerar el coche. La calle quedó cortada por una barricada de cuerpos y tras dicha barricada, otra masa de personas se abría camino. Corrían descontrolados hacia el coche.

-Debo salir a distraerles. –Dijo Oscar.

-¡No, te lo prohíbo! Pepe, da marcha atrás rápido. –Dijo Olga temiéndose lo peor.

-Vamos Olga, no tenemos tiempo. Saldré del coche y lanzaré una granada contra la barricada y luego correré para que me sigan. ¡Es la única manera de que podáis llegar con vida!

-No te hagas el héroe joder ¡Son muchos y no podrás esconderte! –Dijo al borde del llanto Olga.

-Nos reuniremos en casa de tu padre. Te quiero Olga. Tened cuidado. –Y saltó por la ventanilla. Escuchando a lo lejos los gritos de Olga, su amada Olga. <<

Las imágenes se amontonaban ahora en la mente de Oscar en su oscura habitación. La granada estallando en la barricada, las alimañas corriendo tras de él. Todo pasó muy rápido.

>>Oscar consiguió esconderse en un piso que tenía la puerta abierta. Allí esperó hasta el anochecer totalmente exhausto. Cuando ya se encontraba algo recuperado, era de noche y todo quedó despejado en las calles. Parecía que aquellos locos tenían un lugar mejor donde buscar carne. Salió de allí con la M16 en la mano y se dirigió a casa de Pepe. Pero a tan solo un kilómetro de distancia de su casa, en una zona de chalets, volvió a ver una gran concentración de “zumbados” en un parque cercano a tan solo cien metros de su posición. Andaban despacio, como rastreando algo ¿Lo estarían buscando a él? A Oscar le recordó una película de zombis que vio hace unos años y un escalofrío le recorrió toda la espalda. Tenía que esconderse en algún lugar cercano hasta que el grupo se disolviese, pues le era imposible cruzar toda esa basta extensión que lo separaba de su meta sin ser visto. Por suerte, Ninguno lo había visto todavía y entonces decidió esconderse en una de las guarderías cercanas, puesto que disponía de verjas.

Cuando bajó dando un salto de la verja al otro lado, observó un puñado de niños que se le acercaban desde las sombras. Tenían los rostros sucios y parecían gimotear de miedo. Oscar se compadeció de ellos. No podría salvarlos a todos. La situación parecía complicarse cada vez más, ¿Cómo sacaría a todos esos niños de allí sin que corriesen peligro, donde los llevaría?

La idea de llegar a casa de su novia con treinta o cuarenta niños y decir “Cariño, he adoptado un par de pequeños por el camino” le hizo gracia. Sin duda en esas cabecitas tan pequeñas que se le acercaban pidiendo protección, estaba el futuro de la humanidad. Comprendió entonces que era una gran responsabilidad y que debía estar a la altura. Seguramente aquellos niños estarían aterrados porque sus “mamás” no habían venido a recogerlos aquel día. Cuando quiso acordarse de que la locura también es contagiada a los niños, uno de ellos ya le había arrancado el dedo meñique de la mano derecha de un bocado. Disparó contra el infante y se desenvolvió a patadas contra aquellos diminutos come-hombres, recordando que si hacía ruido atraería a los grandes que estaban en el parque. Consiguió entrar en la casa a oscuras y vio como algo se movía entre las sombras. No preguntó. Se abalanzó contra dicha sombra y le abrió la cabeza con la culata del rifle y se introdujo en una de las habitaciones, que resulto ser la cocina del comedor de niños. <<



Y allí estaba él. Habían pasado dos días que parecían interminables, y no se atrevía a salir. Estaba provisto de alimentos del almacén de la cocina y esperaría hasta recuperar fuerzas y valor.  De momento, las fuerzas le flaqueaban y se veía incapaz de salir y enfrentarse a esos cabrones. Tenía que conseguir llegar hasta Olga. Y estaba decidido a hacerlo aquella misma mañana cuando saliese el sol. La echaba de menos y confiaba al menos, poder morir dignamente en sus brazos y no atrapado en una cocina, rodeado de pequeños monstruitos.

Estaba decidido, mañana saldría de aquel lugar y llegaría hasta Olga, cueste lo que cueste…

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