lunes, 4 de junio de 2012

Disolución (II)

>>Entonces algo dentro de Oscar le dijo que subiese en el camión y corriera sin mirar a tras. Y eso hizo. Primero corrió en dirección contraria para que los dos le persiguiesen. Y luego giró en redondo. Pasó rozando a uno de ellos y corrió todo lo que pudo hacia el camión. No le fue fácil llegar hasta el vehículo  Aquellos dos hombres corrían mucho más deprisa que él, dado que calzaba las botas reglamentarias del uniforme y no era muy cómodo hacer un Sprint con ellas. Tubo que sacar el arma cuando quedaban unos metros  para llegar. Disparó a las piernas y alcanzó a uno de ellos. Luego no volvió a mirar a tras. Subió al camión y cerró la puerta mientras trataba de arrancarlo. El que no había sido alcanzado por el disparo se puso al lado de la puerta del conductor y le enseño los dientes a Oscar. No había de qué preocuparse pues las cristales estaban blindados y la puerta cerrada desde dentro. El monstruo empezó a dar cabezazos contra el cristal y pronto quedo salpicado de sangre de su propia cabeza. El maldito camión no arrancaba. Y la escena era dantesca. El parabrisas delantero estaba totalmente opaco por la sangre de aquel hombre. Cuando el camión por fin arrancó, accionó el limpiaparabrisas, dado que no podía echar abajo con una pistola el cristal entero. La bala podría rebotar y alcanzarlo a él.

>>Salió de aquella carretera de locos a toda velocidad y por el retrovisor todavía observó como el monstruo trataba de alcanzarlo corriendo. Pero le fue imposible. El ruido del motor tranquilizó a Oscar. Le hizo sentirse seguro allí dentro. Inmediatamente después, pensó en su novia. No podía dejarla sola con su padre en la armería cuando el mundo se había vuelto loco. Ya no importaba lo que dijeran los altos mandos del ejército. Ya había visto el horror que se había apoderado del hombre. Era todo cierto. Parecía increíble ¡Pero era verdad, todos estaban locos! ¿Y si su novia también se hubiese vuelto loca?

>>No le importó aquella pregunta. Al menos sabría a qué atenerse. Pero ahora debía correr en su busca y ponerla a salvo.


>>El tiempo pasó muy deprisa en la mente de Oscar y no sabría decir cuanto tiempo tardó en llegar a la armería de Pepe y su hija. Había probado a llamarla al móvil, pero estaba desconectado. Oscar se temía lo peor.

>>Las calles estaban desiertas. Era un silencio incomodo. Algo grave había pasado para que el sonido de los coches y el ajetreo de la ciudad, muriese de aquella forma. Pero no costaba mucho imaginarse que habría podido suceder. Ya se había encontrado con dos de aquellos locos y se imagino que si en lugar de tres zumbados, la ciudad entera se enfrentaba a miles o quizá millones de aquellos seres, era normal que hubiese muerto toda forma de humanidad. Borró esa idea de la cabeza mientras aparcaba forzosamente el pesado camión justo frente a la entrada de la tienda. Bajó a toda prisa y se encontró con la puerta cerrada. Llamó insistentemente, pues se resistía a creer que algo le había pasado a su novia.

-Márchese o abriremos fuego si no lo hace. Si es usted humano corra a refugiarse. Aquí no hay sitio para usted. –Oscar reconoció la voz enseguida. Era su suegro. La esperanza le azotó agradablemente.

-¿Pepe? Soy Oscar por dios abre la puerta. Necesito saber que estáis bien los dos. –Dijo presa de un pánico que se apoderaba de él a cada segundo. Se sentía observado, acechado. Si la ciudad estaba abarrotada de locos, no tardarían en ir a por él si lo oían gritar.
-¿Oscar? ¡Caguen la mar salada! ¡Olga, levanta la persiana es Oscar! -La persiana se abrió y Pepe abrió la puerta mirando hacia todas partes, portando una escopeta de caza de la tienda. –Vamos deprisa. Es posible que ya sepan que estamos aquí.

>>Oscar entró apresuradamente y se encontró a Olga que corría hacia él para abrazarle. Su cabello rubio estaba ahora sucio y engrasado. Su ropa, que ocultaba un cuerpo escultural que a Oscar lo volvía loco, estaba ahora manchado y empapado en sudor y sus ojos azules como un cielo despejado en primavera, inundados de lágrimas.

-Gracias a Dios que estas bien. No quería pensar que te había pasado lo mismo que a los demás. Pensaba que nunca volvería a verte, cariño –Dijo sollozando mientras lo abrazaba fuertemente.

-Tranquila cariño, ya estoy aquí. Nada malo va a pasarnos. Oh Dios… Dejame verte ¿Estas herida? –Preguntó preocupado.

-No, estoy bien… Solo algo asustado. ¿Qué vamos a hacer? Están por todas partes. He visto como devoraban a un hombre justo delante de la tienda. A sido horrible… -Pepe la cortó apremiante.

-Olga cierra la persiana, ¡Ya vienen! –Olga esbozó una mueca de espanto y accionó el mando a distancia para cerrar la persiana.

>>Su padre era un hombre corpulento y con una barriga cervecera típica en los hombres de su edad. Sus cabellos, teñidos ya por las nieves del tiempo, eran cortos y tenía la cortinilla que disimulaba su calvicie totalmente alborotada. Era un hombre alto y de hombros anchos. Sus ojos eran marrones oscuros, dejando adivinar que el azul en los ojos de Olga, era una herencia de su madre.

>>Las puertas del establecimiento, eran como las de cualquier negocio. De cristal. A lo lejos se podía ver como cuatro hombres y dos mujeres se acercaban furiosamente hacia la entrada, mientras la persiana se bajaba lentamente. Estaban muy cerca y los tres allí dentro temieron que no diera tiempo a cerrar la persiana y rompiesen el cristal, pero justo cuando llegó el primero la persiana se estaba cerrando a la altura de su cabeza y chocó contra ella cayendo al suelo. Mientras los que iban detrás tropezaban con éste, la persiana terminó por cerrarse. El chasquido final, al chocar el aluminio con el suelo, dio una ligera sensación de alivio a Pepe, Olga y Oscar, que solo se sobresaltaron cuando escucharon como aquellos locos, aporreaban la persiana muy fuerte. El ruido era ensordecedor y Olga rompió a llorar desconsolada, sintiéndose amenazada. Unas personas querían hacerle daño y solo tenían una persiana de aluminio que los separaba de su empresa.

>>Oscar la abrazó fuertemente y Olga se dejó llevar por el llanto. El miedo se confundía con la desazón y a veces lloraba de alivio al poder nuevamente abrazarse a Oscar.
-Tranquilos, por mucho que aporreen la puerta no podrán entrar. –Dijo Pepe, tratando de tranquilizar a la pareja.

-¿Qué ha ocurrido? –Preguntó Oscar a Pepe mientras Olga permanecía con la cabeza hundida en el pecho de este, como una niña pequeña.

-Solo conozco lo que he visto. De repente surgieron gritos y disparos desde la carpa de salvamento. Un hombre, que estaba aquí en la tienda comprando munición para su escopeta de caza, salió para ver que pasaba y de repente lo embistió uno de ellos desde la otra esquina. Cayó al suelo y ya no pudo levantarse, pues se abalanzaron sobre él dos más… -Hizo una pausa mirando al suelo. –Todavía tengo metida en al cabeza sus gritos mientras le sacaban los intestinos. Pensaba que tú sabrías algo más dado que eres el que se encarga de llevar los suministros desde la base hasta las carpas. ¿No has tenido ninguna noticia desde el cuartel? ¿No os ha dicho nada que nos aclare algo de porqué todavía no ha aparecido nadie para poner orden? –Aquellas preguntas cayeron como un jarro de agua fría sobre Oscar.

-Desde la central nos informaron de… Nos ordenaron que nos retirásemos.

-¿Cómo? No te he entendido bien –Dijo Pepe.

-Fue como un toque de queda. Yo tampoco acabo de entenderlo bien. Solo sé que me avisaron por radio de que debía volver en menos de dos horas o de lo contrario más me valdría no ir hasta el campamento.

-¿Dos horas? Eso es absurdo, nunca he oído semejante disparate. ¿Qué haces aquí entonces? –Preguntó Pepe.

-Por el camino me encontré con tres de esos locos. Mejor dicho… Me encontré con uno y los otros dos trataron de matarme.

Olga levantó la cabeza ya más tranquila.

-¿Tu también los has visto, te hicieron algo? –Preguntó preocupada.

-Por suerte, me di cuenta a tiempo de que esas cosas no eran personas cuerdas y salí corriendo de allí. Cuando me di cuenta de que todo lo que estaban diciendo por radio era cierto, decidí venir a por Olga. No aceptaba quedarme refugiado en la base, sabiendo que estabais en la tienda con esas cosas por ahí sueltas. Sinceramente, no creo que nadie venga a poner orden en la ciudad.

-¿Qué estas diciendo, que estamos solos y que las fuerzas del estado no van a salvarnos? –Dijo Pepe cada vez más nervioso.

-Eso he dicho. Nunca había oído una orden semejante. Algo muy gordo debe estar pasando para que el ejército se retire sin dar explicaciones. Lo cual me induce a pensar, que todo el mundo ahí fuera está loco. Debe de ser algo como una pandemia. No sé, quizá los otros países manden refuerzos cuando sepan lo que está pasando. No tengo ni idea. Solo sé que de momento, estamos solos en esto y tenemos que tratar de aguantar hasta que los gobiernos decidan hacer algo. –De pronto vio Oscar que estaba entrando en un tema de debate que no querían ahondar en él. La desesperanza es lo último que le gustaría sembrar en ese momento. De modo que decidió cambiar de tema. –Pepe, ¿Tienes alimentos aquí, en la tienda?

-Esto es una armería, no un supermercado. Estamos jodidos. Tenemos que salir de aquí como sea. –Dijo Pepe adivinando los pensamientos de Oscar.

-¿Hay alguna otra vía de escape?

-La puerta de atrás da al garaje del edificio. Pero no sabemos que podemos encontrarnos allí.

-No importa. Esto es una armería. ¿No tenías una M16 en el almacén?

-¿Y que vas a hacer, salir como Rambo y limpiar el garaje entero tú solo? –Preguntó Pepe echándose a reír.

-Vamos Pepe, siempre he querido disfrutar de tus juguetitos totalemnte gratis. No me quites ese placer.

>>Al cabo de unos instantes, Pepe volvió con otra ametralladora aun más grande. Una M-60 capaz de perforar chalecos antibalas.

-Pensé que te gustaría más este “juguetito”

-Gracias Pepe. Escuchad, pase lo que pase, quedaos aquí. Si no he vuelto cuando se haga de noche, os pido perdón de ante mano.

-No vayas por favor ¡No quiero perderte otra vez! –Dijo Olga totalmente desconsolada.

-No te preocupes, ahí dentro no creo que haya mucha gente. Si veo que esta chunga la cosa, volveré antes de hacerme el héroe. Sabes que no me gustan las “americanadas”. –Se dieron un beso profundo y tierno. Después se abrazaron como si no existiera el tiempo.

-Ten cuidado Rambo. –Dijo Olga algo más tranquila.

>>Oscar salió con su arma por la puerta de atrás. El silencio era todavía más intenso. Pronto empezó a sudar. Todo estaba oscuro. Se quedó quieto en el garaje, tratando de escuchar algún ruido que delatase la presencia de alguien. No le gustaría disparar por error a alguien que no estuviese loco. Se quedó de espaldas a la puerta muy quieto y con la ametralladora en alto.<<

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