viernes, 4 de mayo de 2012

Prólogo (III)

A la mañana siguiente el mundo despertó sano y salvo. Practicamente todo el mundo habia dormido en el sofá de su casa viendo la televisión, hasta que se quedaron dormidos. Otros no tuvieron mucha suerte y pasaron la noche en vela sin poder pegar ni ojo, traumatizados por el espectaculo grotesco de las ratas.

            Saito despertó en el sofá de su casa abrazado a su mujer. Era lo más bello que tenía en la vida. Pensaba él. Sus cabellos largos y negros, hacian un bello contraste con su rostro palido y suave. A pesar de haber tenido dos hijos y tener 45 años, su figura todavía se conservaba esbelta y joven como el primer día en que se conocieron. Era como una diosa para él.

             Aquella noche habían hecho un circulo familiar y se habian quedado todos dormidos en el comedor mientras veian las noticias. La tele todavía estaba encendida. A su derecha tenía la ventana corredera que daba al balcón de la casa y en la calle se escuchaban los primeros sonidos de las tiendas de campaña improvisadas que el ejército y los equipos de salvamento habian comenzado a construir para ocuparse de los heridos.

            La televisión no habia dejado de emitir en todo momento lo que sucedía en el país. Pero tampoco arrojaron ningun dato de importancia, o algo que no supieran ya los ciudadanos. Saito se percató en ese momento de que estaban diciendo algo nuevo en las noticias. Se apresuró a despertar a los miembros de la familia para que fueran testigos de lo que aquel hombre estaba diciendo sobre las ratas.

            Midori, la hija mayor, se despertó llevándose instintivamente la mano al cuello. La herida no parecia muy fea. Era una simple mordedura. Era igual de bella como su madre a su edad, salvo que sus cabellos eran más claros y rebeldes. A pesar de que tenía ya 25 años bien cumplidos, su padre la adoraba como si todavía fuese su pequeña hija. Siempre sería su pequeña flor de lotto.

            Tanto su mujer como su hija, habían vivido en primera persona el ataque de las ratas. Se encontraban volviendo de hacer la compra en el momento de la invasión. Justo mientras Santsa, la madre, rebuscaba en su bolso para sacar las llaves y abrir la puerta del patio fue cuando surgieron las ratas por doquier. Ella recibió una mordedura en el tobillo derecho y su hija fue mordida en el cuello, al tropezar y caer.

            Tuvieron la suerte de que el ejercito de salvamento llegase unos instantes despues de morir las ratas y desplegasen uno de los campamentos de salvamento justo en su misma calle. Les atendieron inmediatamente, desinfectando las heridas y vacunandoles contra la rabia y el tetanos. Los medicos les dijeron que debian acudir al campamento una vez al día, para llevar un control sobre el desarrollo de las mordeduras, y que acudieran tantas veces como necesitasen cualquier otra cosa. Aun así, hubo gente que acudio en masa a los hospitales, en lugar de ser atendidos por los servicios especiales, que disponian de campamentos en cada barrio de Valencia.

            Saito miró a la televisión prestando atención a lo que decia ese hombre con aires de Doctorado.

            “En efecto, lo sucedido ayer con las ratas no es más que una respuesta natural de supervivencia que impulsa a los animales a huir de los terremotos. En japón por ejemplo, antes del tsunami y el terremoto, los animales huian hacia el monte semanas antes. Por supuesto eso no quiere decir que vaya a haber un terremoto… Los animales son muy sensibles y… “

            -Prentenden que nos traguemos ese cuento para que no cunda el caos en el pais. –Dijo Santsa que acababa de despertarse.

            -Espera, deja que termine de hablar, Cariño. Quiero ver que dicen. –Dijo Saito mientras la abrazaba tratando de escuchar con atención. Era un hombre de cuerpo delgado y fibroso, pero de anchas espaldas, a pesar de no llegar a rozar el metro setenta de estatura, sus duras facciones hacían el resto. Japones de pura cepa, tubo que emigrar hacia España con su familia por tener problemas con la mafia Yakuza.

            -¿Pero esque no lo ves, papa? ¿Si los animales son tan sensibles porque no han llegado cierbos o patos? Ayer yo solo veía ratas y más ratas… Algunas eran enormes. Casi como perros. ¿Por qué solo huían las ratas? –Dijo Midori que se había despertado hace escasos minutos y no pudo contenerse al escuchar lo que decía aquel hombre en la tele.

            -Bueno, déjale que acabe de explicarnoslo y ahora lo comentamos ¿de acuerdo? –Le dijo con una sonrisa su madre, mientras le acariciaba el pelo desde el sofá de al lado.

            “-… A continuación tendremos en directo al presidente del gobierno, que quiere expresar un mensaje claro. Un mensaje de tranquilidad y de esperanza. Adelante Dani ¿Cómo estan las cosas por alli?

            -Sí, parece que el presidente ha decidido hablar al pueblo, tras lo sucedido ayer en todo el pais, aquí lo vemos subiendo a esa… improvisada palestra donde parece que tiene algo que decir en todo esto. Vemos que comenzará a hablar en breves, de modo que escuchemos atentamente lo que dice. –El presentador adoptó un aire serio y se giró, dando al espalda a la camara para escuchar de primera mano el discurso. La camara dejó de apuntar la cabeza de su compañero y se posó directamente en la del presidente, el cual carraspeaba antes de comenzar a hablar.

            -Ciudadanos, padres, madre, hijos… Ayer, dia 20 de Noviembre, España sufrió un  inesperado contratiempo. Hoy hemos puesto toda la carne en el asador, para asegurar la seguridad del pueblo, la seguridad de nuestros hermanos y hermanas. No se nos avisó de esto y vamos a tomar cartas en el asunto respecto a nuestros supuestos camaradas Franceses. En cualquier caso, ahora lo importante, como ya he dicho, es la seguridad de nuestras familias. La seguridad de nuestros hermanos. Y sobre todo, la seguridad que yo os aseguro, de que las ratas no van a volver. –El público estalló en aplausos. – Hemos realizado y estamos realizando las investigaciones pertinentes. Y los datos son claros: Las ratas se han extinguido. Es algo a lo que la humanidad no se ha enfrentado nunca. Y hemos creido conveniente, ser nosotros, el gobierno, quien os dé la noticia. Familias, hoy podeis dormir tranquilos en vuestras casa. Ya no hay ratas en el mundo. No habran más ataques como los de ayer. Yo, vuestro presidente, lo he corroborado personalmente. Hemos puesto en funcionamiento todo el personal sanitario y militar del que disponemos y os aseguro, que nadie va a estar desamparado por el gobierno Español. Hemos tomado las medidas pertinentes para asegurar la seguridad de nuestros ciudadanos. Superamos la crisis financiera y superaremos esto y mucho más. –El publico enloqueció en vitoreos y aplausos. –Resistiremos lo que nos hechen. –Gritó el presidente apoyado por el clamor de la gente que estaba viendo en directo el discurso.”

            -Eso no hay quien se lo trague. No han dicho nada de nada, como siempre. El ser humano es el único animal que habla sin decir nada. –Dijo Saito indignado mientras se levantaba del sofá y encendía uno de sus cigarrillos. –No han dicho nisiquiera por qué huian las ratas, que seguro que está al caer, ni tampoco han dicho porque se han extinguido todas. –Hizo un gesto de indignación  y aspiró fuertemente el humo mientras volvía a mirar la tele y negaba con la cabeza. -A que mala hora nos fuimos de Japón… ¡A que mala hora! Los politicos españoles son los más hipócritas. ¡Primero una crisis y ahora esto! Hace tiempo que tendrian que haber cometido Seppuku. ¡Eso es lo único que limpiaría vuestro honor! –Saito empezaba a enfadarse. Era extraño verlo fuera de sus casillas. Los años de perfeccionamiento en el arte de la espada, le habían proporcionado un autocontrol envidiable.

            -Vamos, cálmate amor mio, solo hemos sufrido un mordisquito de nada. Es más de lo que podemos pedir. Al fin y al cabo estamos sanas y salvas. –Trató de calmarle su mujer. Hacía tiempo que no veía fumar de esa manera a su esposo. Aspiraba tan fuerte, que parecía como si se fuese a tragar el cigarro.

            -Es injusto que fuerais vosotras quienes sufrierais las mordeduras. Con gusto habria recivido yo el castigo en vuestro lugar. –Dijo Ikari, el hijo menor. Se sentía terriblemetne avergonzado por no haber podido proteger a su madre y a su hermana mayor. Cuando se produjo el ataque de las ratas, él y su padre se encontraba en el dojo practicando el arte del sable junto con otros compañeros de clase. Normalmente bajaban la persiana del establecimiento para que nadie les molestase. Eran un grupo muy reducido, que practicaba por las mañanas un tipo de Iaido secreto, donde se les enseñaba a perfeccionar las tecnicas con la espada, utilizando conocimientos esotéricos que pasaban de generación en generación en la familia Jôka. Algo asi como un tipo de “clase avanzada” para los alumnos más aventajados. Por las tardes era cuando Saito, su padre y maestro, daba las clases normales de Iaido y Kenjutsu a todo aquel que quisiera aprender. Cuando se enteraron de lo ocurrido, se quedaron refugiados alli hasta que pasó el peligro. –Fui un cobarde al esconderme. Debería haver salido a salvaros en lugar de refugiarme. Las ratas no se han extinguido. Todavía queda una y es la peor de todas. Se llama Ikari no Jôka y vive en esta casa.

            Saito lanzo una bofetada tan veloz que nisiquiera se escucho ruido alguno. Solo quedó el eco del aire al ser cortado por su mano. El tiempo se paró, mientras madre e hija se miraban sin entender nada. El rostro de Ikari miró al suelo. Nisiquiera mostró dolor alguno. Se quedo alli, esperando a que su padre, le impusiese un castigo ejemplar, tras haberle propinado una bofetada. Para ser un chico de 18 años era bastante duro. Su espalda era igual de ancha que la de su padre, pero sus faciones eran más dulces. Herencia genética de su madre, sin duda. Había soportado un entrenamiento tan duro desde que era pequeño, que ni siquiera una bofetada de su padre podía hacer que su cara mostrara el más minimo sintoma de dolor.

            -¡No te atrevas a ensuciar el nombre de la familia! –Dijo con tono seco y las facciones contraidas. –Mi hijo, mi único hijo, aquel que heredará el secreto de la técnica Sakusei shita ken, no es ninguna rata. Como castigo realizaras trescientas flexiones mientras recitas el suttra del loto.

            -Sí Saito-Sensei. –Dijo mientras se levantaba de un salto y se ponía firmes. Hizo una reverencia y fue corriendo a su cuarto.

            -No hace falta que seas tan duro con él. –Dijo la madre tratando de proteger a su hijo.

            -Él sabe que solo quiero su bien. No es bueno que se culpe a si mismo de todo lo que pasa en el mundo. –Dijo su padre mientras apagaba el cigarrillo.

            -Tienes razón. Eras tan sabio querido esposo… Sé que mientras tu estes aquí, nada puede ocurrirnos. –Ella abrazó a su benerado marido con gran admiración. Él en cambio esbozó una mueca de preocupación imperceptible. Lo cierto era que no había podido salvar a su mujer y que si estaba viva era gracias a los kamis protectores, porque de haber sido por el, por el marido en quien tanto confia, ahora habria muerto.

            -Vamos mamá, debemos ir al campamento a que nos hagan la cura. Ya le expresaras tu amor a padre más tarde. –Dijo Midori interrumpiendo las funestos pensamientos de su padre. –Si no vamos pronto, estará todo lleno de gente.

            -Es cierto, voy a arreglarme y enseguida bajaremos. Todavía es pronto, ni siquiera ha salido el sol. Prepararé el desayuno. –Dijo esbozando una sonrisa que iluminó las tinieblas que habitaban en el corazón de su esposo.

            -De acuerdo cariño, yo ire a ducharme. Y enseguida desayunaremos todos. –Dijo Saito algo más calmado. Hizo una reverencia a su mujer y se marchó hacia la ducha. Hoy no realizaría sus ejercicios matinales. Rara vez interrumpia sus ejercicios matinales. La última vez, fue cuando Santsa y él hicieron el viaje de recien casados.

            A lo lejos se escuchaban los mantras del sutra del lotto que su hijo recitaba mientras curtía sus musculos y su espiritu. Saito esbozó una sonrisa mientras cerraba la puerta del cuarto de baño. Estaba tan orgulloso de su hijo. Dentro de unos pocos años, incluso sería mejor que él. Pero todavía tenía que aprender a controlar muchas cosas en su corazón, para llegar a dominar la técnica superma.


            En el desayuno todo fueron sonrisas y buenas caras. Parecía que todo había acabado. Eran una familia muy unida y estaban seguros de que ninguna desgracia, sería tan fuerte como el amor que sentian entre ellos. Los cuatro estaban radiantes y el comedor se llenó de risas y alegría mientras el sol salía por el horizonte, eliminando cualquier resquicio de oscuridad o miedo en la casa.

            Al terminar el desayuno, Midori y su madre Santsa bajaron a la calle en dirección al campamento para recibir la cura. La médica que las atendió les dijo que la herida estaba sanando maravillosamente, y que en un par de días ya no tendrian que regresar diariamente para recibir la cura. Les administraron a madre e hija unos antibióticos y analgésicos para el dolor y al cabo de unas horas ya estaban de nuevo en sus casa, sanas y salvas.




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