jueves, 17 de mayo de 2012

El Luto (I)

Saito se despertó sobresaltado. Miró a su alrededor sin saber dónde estaba. No reconocía el lugar. Trató de clamarse. Todo estaba a oscuras, pero por fin, al cabo de unos instantes, distinguió algo. Parecía estar en una casa abandonada. Al fondo, en lo que parecía un recibidor, había un sinfín de muebles apiñados contra la pared. Había una violencia implícita en la manera en que se habían amontonado esos muebles. Un grito horroroso se escuchaba en la calle. Esto lo hizo ponerse aún más tenso. ¿De dónde provenía? Comprobó que yacía en el suelo y que había dos sofás en la sala. Miró tras de sí y vio un balcón que daba al exterior de la casa. Se levantó muy pesadamente. Tenía el cuerpo entumecido como si hubiese estado haciendo ejercicio durante todo el día. Al incorporarse y ver la habitación donde se hallaba lo comprendió todo: La tarde en el parque, la lucha, su hijo totalmente enajenado, la huida. Estaba en su propia casa. Por unos instantes se había olvidado de donde estaba. Algo lo había hecho despertarse sobresaltado. Quizá el propio recuerdo de todo lo vivido aquel día no le permitía conciliar el sueño. Quizá el suelo duro y frio donde él y su hijo se habían quedado dormidos.

Ikari todavía dormía. Parecía incluso estar teniendo un sueño placido. Su rostro se mostraba sereno y feliz. Eso alegró por unos instantes a Saito. Al menos su hijo no sufría en ese momento. No había miedo ni locura en ese instante para él. Ojala pudiesen tener más instantes como aquellos.

De pronto Saito supo porque se había despertado de forma tan brusca. Debía actuar con rapidez si quería conseguirlo. Quizá los suministros de agua de la ciudad todavía no habían cesado su actividad. Corrió hacia el cuarto de baño y abrió el grifo de la bañera, con la esperanza de poder llenarla para disponer de un pequeño suministro de agua para la higiene. No sabía cuánto tiempo podían permanecer encerrados en su propia casa, hasta que la escalera fuese transitable o estuviese despejada.

El sonido de agua cayendo estrepitosamente lo tranquilizó. Todavía quedaba agua en las reservas. Puso el tapón y esperó hasta que se llenase. Llenó un cubo a parte para poder enjuagarse la cara y limpiarse las manos, pues estas se mostraban pegajosas. Quizá esa sangre contuviese el mismo diablo que hace enloquecer a las personas que caminan por las calles. Debía cambiarse de ropa de inmediato y quemarla. Estaba empapada de esa sangre y podía ser peligroso.

Mientras Saito tomaba las medidas higiénicas correspondientes, comenzó a cavilar sobre lo sucedido, tratando de sacar una explicación al porqué de la masacre. Sin duda lo ocurrido con las ratas hace una semana debió de ser el origen de todo. Quizá un virus. Saito no era un hombre de ciencia, pero podía intuir la razón que más se acercaba a la verdad. El e Ikari no habían sido mordidos y por eso no fueron convertidos en diablos. Su padre en cambio si había sido mordido por las ratas y por eso atacó a Ikari. No cabía duda pues, de que las ratas habían sido las causantes.

En ese momento apareció Ikari. Su rostro parecía más humano. La cordura volvía a brillar en los ojos de su hijo.

-¿Qué estás haciendo padre? –Pregunto sin más.

-No pretendía despertarte. –Dijo amablemente en pos de disculpa. –No sabemos cuánto tiempo permaneceremos aquí, de modo que nos ayudará tener un pequeño depósito de agua. –Respondió mientras señalaba la bañera con el grifo encendido. –Debes cambiarte de ropa enseguida hijo. Y lavarte las manos. No sabemos qué clase de enfermedad o espíritu maligno puede portar esa sangre de la que estamos empapados.

-Tienes razón. –Dijo este. –Voy a mi cuarto a cambiarme de ropa. Supongo que tendremos que quemar las ropas sucias. Pero quizá eso atraiga a más diablos. Lo he visto en las películas de zombis. –Dijo tratando de recordarle lo que le había dicho su padre hace escasas horas.

-Muy gracioso. –Rio de buena gana su padre. –Y a la vez es muy útil. Lo último que necesitamos es que haya más de esos monstruos en la escalera. No había pensado que quizá encender un fuego atraería a más de esas cosas por el humo y el olor. Recuerdo que cuando estábamos escondidos en aquel árbol, uno de ellos se acercó olfateando el aire y casi estuvo apunto de descubrirnos pos el olor. Deben de tener un olfato agudizado.

El rostro de Ikari cambió rotundamente al recordar la experiencia en el parque. Una nube de pesadumbre se apoderó de su mente. Ni siquiera se había acordado de Ukiko al despertarse. Ni de su madre y su hermana. Se reprochó a si mismo por haberlas olvidado tan pronto. Ikari sentía como el abismo de su realidad actual lo engullía irremediablemente. Había perdido toda su familia en un abrir y cerrar de ojos, sin pensar poder hacer nada. Si al menos hubiese podido luchar por salvarlos. Si tan solo hubiese corrido un poco más rápido, hubiese podido salvar a Ukiko. Pero ahora todo lo que le quedaba era su padre y no quería suponer una carga para este. Un futuro incierto y oscuro se cernía sobre el, oprimiendo su corazón y diezmando el poco autocontrol que le quedaba.

Abandonó el cuarto de baño para adentrarse en el oscuro pasillo. Al llegar a la puerta de su habitación, se detuvo un instante. Quizá no era tan buena idea entrar. Demasiados recuerdos le esperaban allí. Ukiko volvió a aparecer en su cabeza. La locura acechaba con invadirlo todo de nuevo.  Su mente no podría soportar más tiempo ¿Por qué no pudo salvarla?

Una mano se posó sobre el hombro de Ikari haciéndolo volver a la realidad.

-Ikari, Una vez Buddha dijo: El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Creo que deberías pensar sobre ello. –Dijo Saito con una voz serena. –Tarde o temprano deberás enfrentarte a esto. –Y acto seguido abrió la puerta de la habitación de su hijo. Un fresco aroma llegó hasta sus narices. Era el olor de Ukiko. Todavía permanecía allí. -¿Puedes sentirlo verdad? Ella todavía vive en nosotros. Y su único mensaje es el mismo que predicaba en vida. El amor, las buenas sensaciones y todo lo agradable que hay en este mundo. Ikari, déjate embriagar por su ultimo y único mensaje y te habrás unido a ella para la eternidad.

Ikari no pudo reprimir el llanto. Las palabras de su padre sonaban duras, pero era cierto. No podía permitir que Ukiko, su amada Ukiko, se convirtiese en un trauma. Pues ella había sido todo lo contrario. Debía luchar por ella como no había podido hacer en vida e impedir que su recuerdo quedase ahogado por el dolor de la perdida. La herida en el alma de Ikari, dejó de sangrar milagrosamente. Ya no quemaba, no había crudeza. Únicamente ese olor que lo envolvía todo. Era tan agradable. Por unos instantes Ikari se vio retozando en su cama con ella, abrazados en una nube de amor que, seguro, transcendería cualquier obstáculo. Supo entonces que el camino sería duro, pero que lograría superar y aceptar el duro golpe que el destino le había propinado.

Ya más tranquilos y con las prendas cambiadas, padre e hijo se sentaron en el salón. Como no creían seguro hacer una hoguera dentro del apartamento, dejaron la ropa en una de las habitaciones que se convertiría en la “zona de desechos”. Después Saito propuso a su hijo limpiar también sus sables que estaban llenos de aquella sangre oscura y viscosa. No pretendía usar otro medio de protección que no fuesen sus espadas, de modo que debía llevar un seguimiento y un mantenimiento para conservarlas en un estado óptimo. Listas para utilizarlas en cualquier momento.

Mientras Saito golpeaba suavemente las hojas de su sable con un instrumento de apariencia similar a la de un chupa-chups, untándolo de polvos abrasivos, Ikari rompió el silencio.

-¿Qué vamos a hacer ahora padre? –Era la pregunta del millón. Saito carraspeó algo inquieto. Su auto control también se había esfumado. Ahora las emociones eran más intensas, pues todo era salvajemente nuevo para ambos al fin y al cabo. Era imposible e inútil ocultar la preocupación que Saito sentía.

-Bien, primero deberíamos intercambiar opiniones. ¿Qué crees que ha sido lo que ha causado todo esto? –Preguntó algo más recompuesto. Sin duda hablar de lo sucedido sosegadamente era una buena terapia para ambos y dado que gozaban de todo el tiempo del mundo, seguro que eso les sentaría bien.

-Estoy convencido de que fueron las ratas. No he visto muchas pelis de zombis y tampoco creo que debamos crear fundamentos respecto a un par de películas de ciencia ficción pero… Normal mente siempre es un virus. Creo que fueron las ratas. –La respuesta dejó completamente satisfecho a Saito que asintió con la cabeza y con la mirada atenta. Una nube negra sobrevoló la cabeza de Ikari, que se mostró abatido. –Lo cual quiere decir que Midori y mama se han convertido en uno de ellos. Y aun así no creo que hayan sobrevivido. –Ahora la nube de penumbra abarcó toda la habitación y Saito bajó la cabeza también. El silencio se hizo insoportable en aquel segundo antes de que Ikari prosiguiese. -Una parte de mi grita por salir a buscarlas, a rescatarlas de donde quiera que estén. Pero mi ser interno me dice que eso sería un suicidio absurdo.

-Ya no podemos hacer nada por ellas. A Santsa no le gustaría que su hijito corriese peligro. –Dijo para tranquilizarse más a él que a su hijo y cambió de tema rotundamente. -Estoy de acuerdo contigo. No tengo ni idea de porque los gobiernos de todo el mundo no han tomado ningún tipo de medida, y a estas alturas no voy a preocuparme por eso. Ojala se hayan devorado entre ellos. –Hizo una pausa mientras enfundaba su katana después de haber finalizado el ritual de limpieza. –Lo que me preocupa es toda esa gente que no ha sido mordida por las ratas. ¿Quedará alguien en la ciudad? ¿Necesitará ayuda? ¿Que habrá sido de las almas de los que están  infectados? Ikari nuestro deber, o mejor dicho, lo mínimo que podemos hacer por todas esas personas que lo han perdido todo, es guardar una noche de luto. Una noche de luto por el mundo. Permaneceremos en posición de loto y rezaremos por que la armonía vuelva a reinar en el mundo. –Se puso en pie pesada mente y se dirigió a la despensa del pasillo. Allí había velas y las necesitarían para pasar la noche con algo de luz.

Una lágrima de admiración rodó por la mejilla de Ikari al comprender tan hermoso sentimiento. Acto seguido se levantó y siguió a su padre a lo que sería una ceremonia de luto hacia la humanidad.

El resto de la noche, padre e hijo permanecieron sumidos en una meditación profunda y sincera. “Acompañando en el sentimiento” a toda la raza humana que se veía gravemente amenazada por la extinción en esos momentos. En duelo por el mundo rezaron, porque los niños y las mujeres supervivientes, fueran guiados y protegidos por los dioses. Rezando, para que la ira que se cernía sobre la tierra y sobre sus hermanos, fuese apaciguada por las miles de personas que debían haber muerto.

El sol apareció aquel día oculto por las nubes. Ahora incluso el tiempo meteorológico era más lúgubre y frio. Las calles estaban vacías y solo el viento se atrevió a rugir y arrastrar escombros del suelo que vagaban sin rumbo. 

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