miércoles, 9 de mayo de 2012

El Día Zero (II)

Abrió la puerta con cuidado, por si estaba su primo pequeño detrás para darle un susto, pero no había nadie.

            -Ya estoy aquí, abuela. –Dijo en voz alta para ver si le contestaba su abuela, con el fin de saber en que punto de la casa se encontraba.

            Nadie contestó. Solo se escuchó el sonido de una puerta al cerrarse. Ahora lo comprendió todo. Seguramente su abuela había dejado la puerta abierta por que tendría que ir al baño. Decidió ir hasta el pasillo a ver si veía salir del aseo a su abuela.

            El pasillo estaba oscuro, como siempre. Sus abuelos tenían por costumbre dejar las persianas cerradas en las horas de más luz, con el fin de preservar la casa fresca durante todo el día. Eran personas mayores y de pueblo y rechazaban el aire acondicionado y demás tecnologías.

            Cuando los ojos de Ikari se acostumbraron a la oscuridad, vio una sombra que se adivinaba al final del pasillo. Era su abuelo. Tenía dificultades para andar debido a un accidente en el trabajo, hacía varios años. Además las ratas le mordieron en el talón de Aquiles. Por eso le costaba andar por el pasillo a oscuras.

            -¡Abuelo! ¿Qué tal estas? –Dijo él mientras se acercaba para darle un abrazo y un beso. Pero el abuelo no contestó. Últimamente se estaba quedando un poco sordo. De modo que decidió acercarse a saludarle sin más.

            Un sexto sentido hizo retroceder a Ikari. Le extrañó que su ser interno se pusiera alerta en un momento de tan poca relevancia. Pero el ser interno nunca se equivoca, de modo que Ikari se quedó a mitad del pasillo y observo a su abuelo detenidamente. Le caía la baba y gemía más que de costumbre. ¿Le estaría dando un infarto y por eso le avisaba su ser interno? No tuvo tiempo de comprobarlo.

            Su abuelo se abalanzó contra el como un león hambriento lanzando gritos histéricos. Cuando Ikari quiso darse cuenta, ya estaba tumbado en el suelo y su abuelo le gritaba al oído mientras trataba de morderle el cuello.

            -Abuelo, por favor, suéltame, ¡me haces daño! –Fue todo lo que pudo decir. A Ikari no le cabía en la cabeza por que motivo su abuelo se estaba comportando de esa manera. ¿Quizá estaba bromeando? No podía ser. Su abuelo era un hombre muy serio y respetable. – ¿Pero que narices ocurre? Déjame, esto no me hace gracia. –Dijo el joven cada vez más nervioso.

            Su abuelo trataba de abrirle los hombros para morderle el cuello. Pero Ikari tenía mucha fuerza y no se lo permitía. Aun así le era imposible zafarse, aunque fuera disimuladamente de su agarre. El ser interno de Ikari tomó las riendas de la situación y su cuerpo se movió hacia un lado para quitarse de encima a su abuelo. Pero le fue imposible. Fue entonces cuando Ikari supo que estaba en peligro y que no podía escapar de esa cosa que tenía puesta la piel de su abuelo, aunque pusiera todo su empeño.

            -Tú no eres mi abuelo. ¡Socorrrooo, auxilio! –Gritó desesperado. No sabía cuanto tiempo podría aguantar la cabeza de su abuelo para que no le mordiese en ninguna parte. Todo esto era como una pesadilla. Jamás se habría imaginado que su abuelo se comportase de esa manera.

            Ikari perdió los nervios y las fuerzas comenzaron a flaquearle. Se debatía entre la vida y la muerte contra un ser que parecía sacado de alguna película de terror. Su abuelo gesticulaba fuertemente mientras gritaba de manera ensordecedora y su cabeza se movía como la de un perro rabioso tratando de despedazar a su presa. Las fauces de aquel monstruo cada vez estaban más cerca del cuello de Ikari. Su mente se resistía a tener que golpear a su abuelo. Y eso iba a costarle la vida. Sintió el aliento fétido en su cuello. Estaba apunto de ceder ante la fuerza de aquel ser que aumentaba por momentos.

            Cuando todo estaba perdido, un resplandor azul rozó la cabeza de aquel depredador acompañado de un sonido metálico, que acallaron los gemidos de la bestia. Al cabo de unos instantes de pura tensión, su cabeza rodó por el pavimento dejando escapar a Ikari de aquel abrazo mortal.

             Delante de él se alzaba una figura imponente que portaba un sable japonés en su mano derecha. Sacudió la sangre adherida en el acero con un golpe seco, y enfundó suavemente. Como haciendo una reverencia a la cabeza que acababa de cercenar.

            -¿Es que no has aprendido nada estos años? –Dijo la figura todavía oculta entre las sombras. Se puso de cuclillas y lo miró directamente a los ojos. Era Saito quien había matado a su propio padre sin dudarlo para salvar a su hijo. -¿Estás bien? ¿Te ha mordido o arañado? –Dijo mientras lo abrazaba fuertemente y lo examinaba de arriba a bajo.

            Ikari apenas podía hablar. Su autocontrol era formidable, pero nunca se había visto en una situación tan surrealista y extrema.

            -¿Es-Esst-Está…? –Balbuceó, aturdido.

            -¿A ti que te parece? Esa cosa ya no era tu abuelo. Vestía con su piel, pero no era tu abuelo.

            -¿Dónde está la abuela? –Fue todo lo que pudo decir.

            -Dudo mucho que haya sobrevivido encerrada en casa, con este monstruo que aparentaba ser su marido. –Dijo muy seguro de si mismo, señalando la cabeza del abuelo. A pesar de haber matado a su padre sin dudarlo, todavía conservaba una entereza y aplomo inauditos. –Ikari, debemos actuar con rapidez. Toma, no te separes de esto. Es lo único que puede salvarnos ahora mismo. –Dijo Saito mientras le entregaba a su hijo una segunda katana.

            Ikari la miró con las manos temblando. Lentamente, desenvainó un palmo de la hoja y el resplandor que de esta emanaba, proporcionaron a Ikari la templanza que llevaba años cultivando. En aquel preciso instante con los nervios y el miedo fuera de escena. Padre e hijo cruzaron sus miradas envueltos en un halo de concentración y determinación inmutables. Ikari le hizo una reverencia perfecta a su padre y dijo:


            -Gracias a los kamis que habéis llegado a tiempo. Ahora mi vida os pertenece, padre.

            -No me debes nada. Tu vida es tuya y nada más. –Dijo Saito muy serio. Mientras le devolvía la reverencia a su hijo. –Vayamos a buscar el cuerpo de tu abuela para salir de dudas.

            Padre e hijo se pusieron en marcha, con Saito encabezando la inspección por el pasillo oscuro. No había tensión en el ambiente, pues ambos sabían perfectamente lo que iban a encontrarse. Llegaron al final del pasillo y giraron a la derecha. Donde se encontraba la habitación con la cama de matrimonio. La puerta estaba entre abierta y solo se veía la esquina inferior derecha de la cama. Había sangre. Saito hizo un gesto a su hijo para que se quedase atrás. No quería que viera lo que se encontraba allí dentro. Abrió la puerta lentamente y los ojos de Saito se abrieron como dos platos, para luego volver a adoptar un semblante de concentración absoluta. Su mirada se desvió unos segundos hacia el suelo y acto seguido cerro la puerta. No… era mejor que su hijo no viera lo poco que quedaba de su abuela.

            -¿Está muerta, verdad? –Preguntó Ikari sabiendo la respuesta de antemano. Jamás había visto esa expresión en la cara de su padre. Siempre se mostraba amable o concentrado, pero nunca nada, había conseguido que su padre se sobresaltara de esa manera como acababa de ver.

            -No temas por ella, ahora se ha reunido con nuestros antepasados. –Dijo Saito, para toda respuesta, mientras le indicaba a Ikari que volviesen hacia el salón.

            Ambos estaban tan concentrados, que apenas sintieron dolor ante lo sucedido. Ni siquiera cuando pasaron el cuerpo inmóvil de su abuelo, y lo rebasaron pasando por encima suyo para llegar al salón, como si de un trasto viejo se tratase.

            Al llegar allí, Saito tomo la iniciativa en romper el silencio.

            –Bien, te explicaré lo que debemos hacer ahora mismo. Todo el mundo ahí abajo, en la calle y posiblemente en el mundo entero, se ha vuelto loco al igual que tu abuelo. Nada más aparcar el coche he tenido que matar a un par de esos monstruos y es entonces cuando he corrido en tu ayuda. Desconozco los motivos pero debemos… Ikari, Ikari presta atención por favor… ¿Qué Te ocurre?, ¿Por qué me miras así?

            Pero Ikari ya no estaba allí, en casa de sus abuelos junto con su padre. Su mente lo había trasladado a un lugar muy concreto. El parque amarillo donde iba a reunirse con Ukiko.

La adrenalina explotó en su interior y su cuerpo salió disparado hacia la puerta.

            -¡Espera Ikari, es muy peligroso salir ahora mismo! Las calles están abarrotadas de diablos. ¡Quieto! –Pero no pudo siquiera agarra a su hijo para impedírselo. Ikari ya estaba bajando las escaleras como alma que lleva el diablo. Para él no existían escaleras. Solo saltaba de una altura a otra y volvía a saltar. Saito salió tras él con la esperanza de cogerlo a tiempo antes de que saliera del edificio. Pero su cuerpo no podía compararse con el de un joven lleno de adrenalina. – ¡Ikari detente ahora mismo, te lo ruego! –Gritó desconsolado su padre. Pero ya era demasiado tarde. Cuando su padre apenas había llegado al segundo piso, escucho como se cerraba la puerta que daba al exterior del edificio.


            Ikari corría tan deprisa que ni siquiera vio a la cantidad de personas que se desplegaban en el suelo descuartizadas. Ni de los seres que lo miraban con mirada hambrienta. En su cabeza solo se escuchaba la voz de Ukiko.

            “Mas te vale llegar pronto, de lo contrario me moriré”.

             Cruzó la avenida de su casa como un rayo pasando por encima de los coches. Su cuerpo era puro nervio en plena explosión. Solo tenía que recorrer una calle larga para llegar hasta el parque.

            “…llegar tarde, de lo contrario me moriré.”

            Su corazón latía con fuerza en su pecho. Su respiración se aceleraba a cada paso. No sentía cansancio alguno. Solamente veía la cara de Ukiko, tan dulce y cálida como siempre hablándole. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué trataba de decirle?

            “… de lo contrario me moriré”

            En menos de un minuto había llegado hasta la mitad del camino. A lo lejos ya distinguía aquel parque que tantas emociones y sensaciones habían sentido juntos. Su primer beso, sus primeras caricias. Allí habían reído y llorado juntos durante horas. Abrazados sin importar quien les estuviera mirando. De ninguna manera. Todavía podía salvarla.

            Solo unos metros más. Pensó. Aguanta Ukiko. No dejaré que te hagan daño.

            “… de lo contrario…”

            Un grito rompió el trance de Ikari. Un grito horrible y desgarrador. Un grito de auxilio desesperado, que provenía del parque.

            -¡Ukiko aguanta! –Grito en respuesta de aquel chillido.

            Entró en el parque y se encontró entonces, con lo que había soñado aquella noche.

            “…moriré.”

            -¡NOOO! –Gritó salvajemente. Casi rugiendo. –¡Dejadla en paz, cabrones!

            Tres horribles monstruos de piel oscura y vestidos con chilabas se acercaban a Ukiko, que permanecía sentada e inmóvil en un banco, gritando desconsoladamente. Ikari corrió lo más que pudo pero lo último que vio fue como se abalanzaban contra ella y aquel sonido horrible que jamás olvidaría. El sonido de una vida que se rompe a pedazos. Huesos y vísceras crujían a la vez que el corazón de Ikari dejaba de latir. Unos instantes agónicos en el que se detuvo el tiempo.

            Lo siguiente que vio Ikari mientras el mundo permanecía en silencio, fue a aquellos monstruos con piel humana y el rostro empapado en sangre, alejarse del cuerpo. Donde hace unos segundos había estado Ukiko sentada, ahora solo se veían sangre y vísceras. Y un rostro sin piel con la boca abierta en un grito agónico hacia el cielo. La había desguazado como quien despieza a un cerdo en la carnicería. La pura e inocente Ukiko había muerto de la manera más horrible que un ser humano se puede merecer.

            Ikarí no podía dar crédito a lo que estaba viendo. En un instante, la mujer de su vida en peligro y un segundo después había desaparecido para siempre de su vida, sin poder hacer nada para remediarlo. Era enloquecedor. Todo había acabado para él. La imagen de aquellos horribles monstruos acercándose hacia él parecía difuminarse. Ya nada le importaba.

            Todo estaba borroso.

            Cada vez más oscuro y los monstruos más cerca.

            Todo se apagaba a su alrededor, cada vez más oscuro.

             La oscuridad lo invadía todo…

            Los monstruos se le echaban encima….
           
            Oscuridad…

            Oscuridad… Ya no hay escapatoria.

            Todo quedó a oscuras en los ojos de Ikari.


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